𝒐𝒄𝒉𝒐

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EL GRAN COMEDOR ESTABA TAN ABARROTADO DE GENTE QUE ERA COMPLICADO MOVERSE SIN PISAR ALGÚN ELEGANTE ZAPATO DE CHAROL O TROPEZARSE CON UN ROSTRO ENMASCARADO

Entre el remolino de lujosas telas y brillos, los alumnos de los tres colegios se mezclaban en una multitud homogénea, solo distinguible cuando abrían la boca para hablar. La gran sorpresa de este año era una colosal fuente en el medio de la sala de la que manaba chocolate y caramelo (que servían para cubrir las manzanas, nubes y otros dulces que la rodeaban). Había ambas velas flotantes, como siempre, y decoraciones en tonos otoñales y dorados, que iban a juego con las letras formadas de pequeñas luces que daban la bienvenida a cualquiera que entraba en la sala. El Coro del Sapo se había encargado de la música, hasta que los hijos de muggles decidieron que era momento de tomar el control y poner su propia música.

James llevaba un buen rato riéndose, tanto que se le saltaban las lágrimas. Después del discurso inicial y unas cuantas canciones, comenzaron a sonar baladas. Stella y él bailaron, bromeando sobre cómo con los zapatos moverse resultaba mucho más complicado. Todo fue muy romántico hasta que los alumnos españoles de Beauxbatons y los latinos de Ilvermorny tomaron la pista de baile, y Will y Emily se habían unido sin pensarlo dos veces. Oliver no sabía dónde meterse, y Amelie y Florian (que compartían el sentido del ridículo de este) le intentaban explicar que, en Francia, normalmente no pasaba eso. James optó por sentarse cuando Stella fue literalmente arrastrada por Emily hacia donde la mayoría de las chicas estaban bailando. Había intentado seguirlas, pero Emily le había llamado idiota y se había visto casi obligado a dejarlas ir, así que ahora estaba bastante perdido. Desde hacía unos quince minutos, estaba bebiendo zumo de calabaza sin más compañía que su sombra.

– ¿Que hace un campeón del torneo aquí solo? ¿No se supone que deberíamos ser los reyes de la fiesta?

Se quiso volver para ver quien le hablaba, pero Rosalie ya se había colocado a su lado antes de que le diera tiempo a girarse. Llevaba un vestido de color violeta con una abertura lateral que se deslizaba por sus piernas, y a pesar de que le cubría los ojos un antifaz, era imposible no reconocer sus andares confiados y la forma en la que colocaba la mano sobre la cadera cuando se paraba. Había algo en ella que recordaba a la confianza de Emily, pero magnificada hasta tal punto que parecía casi inhumana, inalcanzable para cualquiera.

– A mis amigos les importa bastante poco que sea campeón o no – rió él – Están bastante más entretenidos de lo que lo estarían aquí conmigo.

– Pero tú no estás entretenido, ¿me equivoco? – La chica cogió una silla y se sentó al lado de James. Al ver que este se encogía de hombros, siguió – Pues que malos amigos. Yo seré tu amiga.

Se inclinó hacia delante, mientras apoyaba la barbilla sobre su mano. No sabía por qué, pero a pesar de su aspecto encantador James no era capaz de confiar en ella. Olía a fruta, y algo en ella le hacía sentirse cansado. Alargó el brazo y, sin preguntar, apuró lo que quedaba en el vaso de James.

– ¿Zumo de Calabaza, en serio? ¿Estás en primer año o qué? – Volvió a dejar el vaso en la mesa y le dedicó a James una sonrisa – Para que no te pase esto, lo que necesitas es una cita.

No le gustaba nada por donde estaba intentando llevar la conversación su "nueva amiga". Dirigió la mirada hacia donde Stella giraba sin sentido alguno, al lado de Emily. La forma en la que el vestido se levantaba a su alrededor y el pelo se revolvía con cada movimiento le hacían sentir como en casa. Miró de nuevo a la chica que tenía delante y le invadió la desconfianza. Hasta donde la conocía, su objetivo podría haber sido distraerlo de la competición, hacerle creer que estaban en un mismo equipo para luego dejarle hacer el ridículo ante todo el mundo. O simplemente encontrar alguien con quien salir de la fiesta aquella noche.

– En realidad, ya tengo cita. – Señaló a Stella entre la multitud, que ahora se tapaba la boca mientras reía, como si temiera que se le escapara la carcajada de la boca – Pero gracias.

– ¿La rubia escuálida? – Rosaline levantó las cejas, con disgusto, pero rectificó cuando vio la reacción de James– Perdona, perdona. Es que parece tu hermana pequeña.

– Pues es mi novia.

– ¿Novia? Vaya, no lo sabía. – A pesar de eso, no cambió la postura, si no que se acercó incluso más a el chico. – Es... mona, seguro que es muy maja, ¿no? Buena personalidad, supongo.

James se había empezado a molestar bastante. La americana hablaba con un tono de condescendencia que hacía parecer que se compadecía de Stella, como si ella necesitase su aprobación. Estaba intentando contenerse, pero no podía dejarla seguir.

– Sí, muy buena personalidad. Y Preciosa, además. – Rosaline soltó aire con aburrimiento, como si fuera la décima vez que escuchaba el mismo cuento, y él solo pudo enfatizar más – Oye, ¿quien coño te crees que eres para juzgarla de esa manera? Mira, me da igual lo que a ti te apetezca pensar de ella o de mí, no sé si te lo habían dicho antes pero tu opinión vale bastante poco.

Localizó a Will dirigiéndose a él entre la multitud y prácticamente saltó despedido hacia su amigo, dejando a la hija del director sentada al lado de una silla vacía y con una expresión de desconcierto absoluta.

– ¡James! ¡James, perdón! !No te vayas! – Rosalie hizo un esfuerzo por seguirle, pero los acantilados que eran sus tacones la retrasaban y el cuajado grupo de alumnos perdidos en la atronadora música tampoco ayudaba.

– ¿Esa era la princesa americana? Es un bombón, tío – Will no sé creía que la chica más codiciada de las tres escuelas estuviera persiguiendo a su amigo de pronto.

– Ya, pues también es bastante asquerosa. – Ante la interrogativa de Will, soltó un bufido y se explicó – Insultó a Stella

– Ahhhhh.

Se le dibujó una sonrisa pícara en los labios

– ¿Qué?

– Después de tres años, Stella sigue siendo tu único punto débil.

Mientras decía esto, los tres miembros restantes del grupo se cercaban a ellos. Y después de tres años, allí estaba ella. Los zapatos en la mano, las mejillas color grana de tanto bailar y el pelo desordenado como si la propia música se hubiera encargado de darle forma. Era como ver un ángel pisando la tierra por primera vez, tan torpe y a la vez tan capaz de flotar a tres centímetros del suelo.

– Y lo seguirá siendo siempre.

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☆ DramAaaaaaaaA me encanta

☆ ¿Opiniones iniciales en Rosalie? Muchos decíais que no os pintaba nada bien... yo os digo que hay más de lo que habéis visto hasta ahora

☆ Me acabo de dar cuenta de que casi estamos en 1k lecturas en este libro y ... "No soy una lunática" tiene 85k ÓSEA QUE NARICES MIL GRACIAS OS AMO MUCHO

Os mando fuentes de chocolate llenas de amor
Marmelada

No soy un héroeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora