15: El infierno de Demon.

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Los tormentos de San Antonio de Miguel Ángel

Los tormentos de San Antonio de Miguel Ángel

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Hércules:


Dejar a Lana sola le costó. Le costó mucho, porque sentía una preocupación indescriptible por esa chica. Pensaba que era solamente el camuflaje de la culpabilidad que sentía por la muerte de Mark, pero no, era algo más fuerte.

Algo que no se debía permitir.

Cuando llegó a su casa, su hermana le recibió con una cara de pocos amigos. Deteniéndose frente a ella, listo para responder el interrogatorio, comenzó a masajearse las sienes.


- Que bueno que llegaste, hermanito. - Volteó los ojos ante el comentario. - Tengo sólo una par de preguntas...


- Sueltalas, Sandra.- Interrumpió.


A mala gana, su hermana siguió;- ¿Qué hacia la hormiga de Clayton aquí? ¿Y buscándote a ti? - Por un pequeño momento sintió molestia de que se refiriera a Lana de esa forma, pero recordó como él mismo le solía decir ratoncita, definitivamente no podía reclamarle.


- La respuesta a la primera; es que no te importa. Y tiene doble utilidad, así que aplicalas a la segunda, y a cualquier otra pregunta. Con tu permiso, me retiro. - Caminó en su dirección, dejándole un beso en la sien antes de irse a su habitación. Imaginaba que el rostro de Sandra debía de estar ardiendo.


Entró en su habitación, encontrando las mismas vistas de todos los días, paredes negras, pósters de esculturas de dioses griegos, una pequeña réplica de Los Tormentos de San Antonio de Miguel Ángel, y en una esquina, en la estantería llenas de libros de terror y suspenso la mayoría de Stephen King, habitaba un libro de Ágatha Christie; La muerte visita al dentista. Y sí, era de Lana, por accidente lo dejó caer de su bolso un día, él estaba de paso cuando lo consiguió. Supo que era de ella en el momento que la hizo tropezar en la misma ruta donde encontró el libro, al ver la portada del otro libro que cargaba la ratoncita, todo encajó. No se lo regresó porque pensó utilizarlo de excusa, que al final no le hizo falta. ¿Por qué lo seguía teniendo entonces?

Pues porque... le recordaba a ella. Lo sentía como una puerta para conocerla.


La alarma de su celular le avisó de la hora; 10:30p.m, justo la hora en que desparecía Hércules Giesler y se apoderaba ese chico de tatuajes que le gustaba el infierno y todos sus demonios. Tomó sus llaves y tan rápido como entró, salió. Sandra tenía cara de amargada en el instante que le pasó por el lado, poco le importaba en realidad. Subió a su moto que tanto extrañó en todo el día y surcó las calles a gran velocidad, sintiendo como la adrenalina corría por sus venas.


En pocos minutos estacionó en el patio de los Griffin, el par de muchachos que eran sus mejores amigos desde siempre. Nunca le habían fallado y no creía que lo hicieran. Eran gemelos, educados y revoltosos, con él completaban el combo perfecto. Cuando cruzó la puerta de entrada el ambiente silencioso y frío de la calle se quedó afuera, en el interior había música a todo volumen, el calor corporal de tantas personas juntas y amontonadas, bailando, sudando, bebiendo y drogándose. Sonrió satisfecho al ver el panorama; ese era el infierno donde él cobraba vida. Entre más se adentraba a la casa, más olor a alcohol le inundaba la fosas nasales, pero no fue hasta llegar a la cocina donde encontró a Adrian y Damian Griffin bebiendo y fumando como dos chimeneas. Sus melenas de color rubio y sus ojos verdes idénticos hacia que fuera difícil diferenciarlos, pero él ya les sabía hasta sus más oscuros secretos, los identificaba desde lejos.

- ¡Demon! - Gritaron al unísono al verlo. Ese era el apodo que tenía allí, en su lugar feliz. Demon era tan diferente a Hércules, más agresivo, más impulsivo, más arriesgado y capaz. Le encantaba sentir eso.


- ¿Qué tal, muchachos? ¿Qué cuentan? - Los saludó y al instante le tendieron una botella de cerveza y cigarros, era la bienvenida más agradable que había tenido en todo el día.


- Pensábamos que no vendrías. - Habló Adrian mientras él le daba un trago a su cerveza. Sentir el licor entrando era un placer fascinante.


- ¿Cuándo he faltado? - Inquirió. Damian soltó una carcajada golpeando a su hermano en el hombro.


- Él nunca faltaría, Adrian, este es el único sitio donde puede ser él realmente. Nadie querría faltar a ser su yo real.


- Salud por eso. - Brindó con una sonrisa felina, dispuesto a perderse esa noche como tantas veces lo hacia.




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La Chica con El Libro de Agatha ChristieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora