Soy Freddy Leyva Prt 2

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No sé fingir

Tengo la gran fortuna de contar con una familia numerosa. Entre mis tíos, abuelitos, primos... ¡Somos muchos y eso me encanta! Crecí rodeando de muchas personas en un ambiente de gran unión. En cuanto a mi familia la mas cercana, solo diré que ya no estamos juntos; mis papás se separaron cuando yo tenía diez años. Obviamente hubo mudanza, cambios y todo lo que un divorcio conlleva. Yo me quedé con mi mamá y mi hermano, aunque a ver me iba un tiempo a visitar a mi papá. Pero lo importante, lo que quiero que sepan de mi, es que mis padres, Alfredo y Ariadna, y mi hermano Israel nutrieron mis primeros años y tengo muy bonitos recuerdos de esa etapa.

Desde niño sentí la necesidad de hacer las cosas a mi modo. Y aunque eso me ha causado algunos problemas, también me ha traído muchas satisfacciones. Mi infancia estuvo llena de diversión, amigos y juegos. Cómo era muy inquieto, siempre estaba haciendo algo nuevo, ¡No podía quedarme sentadito! Ya sabes, como un niño obediente y esas cosas. Me aburría, no me gustaba. Al contrario, era muy activo y de lo más ocurrente, recuerdo que cuando jugaba con mi primo Alan a los típicos juegos de niños, les agregaba algo para hacerlos diferentes, menos equis. Lo mejor de todo es que en la calle donde estaba la casa de Alan - en la que jugábamos casi siempre - teníamos muchos amigos de nuestra edad que seguían nuestras ocurrencias, ¡Y eso era padrísimo! Nos organizamos para jugar cosas como Stop y también otros juegos que inventabamos, como la casa embrujada - o Miedito 3000,como lo bautizamos -. Ese ambiente era ideal, inolvidable y súper bonito porque todos los niños teníamos un fin en común: pasarla bien, así que nos integrabamos sin problemas.

Tenía una imaginación muy activa, por eso entretenerme nunca fue un problema. Cuando mis amigos no estaban conmigo, yo solito ponía manos a la obra: iba a la papelería y compraba acuarelas para jugar al taller mecánico. ¿Se imaginan? Les echaba pintura y brillitos a mis coches de juguete, segun los tuneaba. Ahora que lo pienso, ¡Quedaban horribles! Pero en ese tiempo sabía que eran lo máximo y pasaba horas rediseñandolos y cambiandoles la pintura.

Crecí rodeando de muchas personas en un ambiente de gran unión.

Cómo tenía energía hasta para repartir, hice miles de travesuras; lo único malo era que no pensaba en las consecuencias. Una vez - y no entiendo cómo pero en fin - me metí debajo del sillón favorito de mi abuela, que era uno muy viejito que no quería tirar a la basura, quizá porque le traía buenos recuerdos o no se, y me di cuenta de que se desprendían algunos hilitos del forro. Fui quemandolos poco a poco, hasta que uno de ellos se prendió muy rápido y envolvió un trozo más grande de tela. El fuego se salió de control e incendio todo el sillón; cuando ví que no podía apagarlo solo, les hable a mis tíos para que me ayudarán. Me sentí pésimo porque todos me miraban con una mezcla de preocupación y molestia, como pensando:"Si, fue una travesura, fue un accidente; pero la regaste Freddy, la regaste".

Más allá de las travesuras con mi primo y mis amigos, hay alguien muy especial que hizo mi infancia y que me dió grandes consejos. Fue mi cómplice, mi compañero y consejero, y me regaló lo más preciado que tenía: su tiempo. Se trata de mi abuelo materno, Amado.

Te necesito cerca de mi

Se que todos queremos a nuestros abuelos porque son muy cariñosos, únicos, especiales. Pero el mío, tengo que decirlo, es diferente: nunca fue el típico al que solo lo vez los fines de semana y te lleva de paseó una vez al año. Para mí fortuna, mis aventuras con él ocurrían todos los días: me llevaba a unas canchas cercanas a mi casa a jugar fútbol, a patinar y a andar en bicicleta. Siento orgullo al decir que nuestro  tiempo era padrísimo. Cuando estábamos juntos me platicaba cosas que, ahora que soy más grande, entiendo mejor. Me hablaba de la vida, del amor y de las personas; no se cansaba de recordarme lo importante que es ser amable con la gente. Esos eran nuestros ratos de reflexión, tomandonos un jugo sobre la mesa, los dos solos.

Incluso ahora que quiero escribir su mejor consejo, su mejor enseñanza, ¡No puedo!, Y esque fueron tantas cosas que es difícil decir. Lo que si sé es que me repetía mucho que la obediencia me evitaría problemas; me hablaba de la importancia de ser constante y disciplinado, pues fui un niño muy ocurrente. Uno de sus sabios consejos fue tratar bien a las personas y escucharlas, algo que haga la fecha intento llevar a cabo.

Valerme por mi mismo me hizo madurar muy rápido y darme cuenta de que en la vida hay cosas buenas y malas.

Mi vida, un huracán

Debo aceptar que en la escuela no fui bueno poniendo atención en las clases, solo me quedaba quieto en las que realmente me interesaban, ¡Odiaba estar tanto tiempo sentado! Aún así, los materias favoritas eran Geografía, Historia y Ciencias Naturales. Y ahora que lo pienso bien, era muy bueno en esos temas, quizá porque encajaban con mi personalidad y las cosas que me interesaban. De hecho, actualmente mis conversaciones giran en torno a lo que pasa en el planeta y la verdad me encanta la ciencia; esas materias me marcaron y son parte de lo que soy. La que si se me dificultó fue matemáticas. Verás, yo sumaba muy bien, restaba muy bien, pero cuando llegaron las divisiones en mi vida, me causaron un problema, un trauma. En la escuela me hicieron pensar que era malo para los números y me lo creí. Después se puso peor, porque tenía que empezar a hacer conversiones... ¡Oh no!, Me bloqueaba por completo, no podía resolverlas. Definitivamente, Matemáticas es mi coco. Y aunque sabía que las clases eran necesarias, nunca termine de sentirme cómodo en la escuela, pero encontraba satisfacción en otro tipo de actividades, como talleres, cursos y lecturas. Lo que quiero decir es que me costaba trabajo concentrarme en un salon cerrado, me sentía atrapado. Te voy a contar la siguiente anécdota para que te des una idea de la cantidad de energía que tenía cuando era niño y por qué me pesaba tanto. Luego de las distintas ceremonias que se realizaban en la escuela, cuando nos llevaban al salón e iniciaba la clase, la maestra se daba cuenta de que yo empezaba a platicar mucho, o cachaba que yo me estaba parando a los lugares de mis amigos y ¡Se desesperaba! Una vez hasta fue a hablar con el director de mi caso, pero como el ya me conocía - y también a mí familia - no me regaló, pues sabía cuál era mi problema: tenía que descargar mi energía de algún modo. Así fue como decidieron que la solución era ponerme a correr en el patio de la escuela. Si, de plano, como lo lees: me hacian dar unas cinco vueltas para después regresarme al salón cansado.



Perdón por no haber subido alguna parte estos días esque estuve un poco ocupada pero ya estoy de regreso!.

CD9 - Nuestra Historia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora