Fascinante alucinación

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Te diría tantas cosas, tantas que me gustan. Esos ojos brillantes de ternura que yo soñé con convertir en locura. Me encanta ver como piensas y escuchar como lo haces en voz alta. Es que eres cómo una exoticidad en su mayor expresión, pero sé bien que puedes brillar más. Ni siquiera estás dando tu mayor potencial y aún asi puedes vislumbrar, imagínate si simplemente dieras más. Si soltaras tus hombros y empezaras a notar que todo el mundo tiembla de curiosidad y fascinación al verte entrar. Yo te daría ese empujón, te daría alas para que emprendas tu vuelo, te haría aprovechar ese brillo para que ilumines cualquier habitación oscura cuando se te dé la puñetera gana. Te tomaría la mano y primeramente te enseñaría a reír con seguridad, que todos sepan que tú eres el alma del sitio. Pero eres tan sutil, eres un apagado silencio cuándo deberías ser puro fuego. Un fuego que no se apague nunca más. Pero eres tanta paz que me da hasta igual hacerte ruido. Eres tanta calma que me impacienta no poder ser tu tempestad. Sin embargo, me gusta mucho apreciar la forma en que actúas, la forma en que te desatas de la complicación, esa serenidad con la que esperas en silencio. Y a mi me gustaría ser quién te saque de esa espera y siempre he buscado hacerte ruido. Sé bien que eres más y no te obligaría a ser un exhibicionista de tus hermosos dotes y tu fascinante intelectualidad, no. Eso jamás.

A mi me gusta apreciar esa forma tan natural y desinhibida en que existes, mi pequeño lirio salvaje.

De hecho, me fascina observar tu manera tan descomplicada y sencilla de existir, mi maravilloso riachuelo calmo. Por que, hasta existiendo eres naturalmente perfecto.

Estás tan deshinbido de los placeres carnales que me encantaría ser yo quién se hunda en ellos contigo, pero pondría tu inocencia ingrata por ahí en cualquier lugar, para que jamás se vaya por qué esa mirada de niño es la que te caracteriza. Esa mirada de: ¿estoy haciéndolo bien?

Y me entusiasma ver cómo aprendes, cómo te conoces, como conoces lo que te gusta y lo que de pronto no, pero más me encanta ver cómo lo descubres conmigo. La forma en que te niegas a que te muestre, a que te tome de la mano y te cuente con detalle por dónde empezar y cómo empezar. La terquedad sustanciosa con la que te opones a que te muestre el camino al valle que bien conocemos. Me satisface ver cómo intentas tener el control, algún dia será tuyo y yo te lo otorgaré, no me importaría cederte el lugar, no me molestaría verte demandante tomando el timón de mis caderas, cambiándome de dirección cuando pierda mi rumbo. Me vuelve loca estar viviendo en directo la forma en que te desatas, como elevas tus anclas y te dejas llevar por la marea, como te permites el beneficio de la duda, ver que te arriesgas.

Admiro tu forma de mirar intentando verte indiferente, buscando qué te vea como el vivo retrato de un hombre, haciéndole hincapié a la palabra. Y nunca negué eso.

Nunca dije que no te veía asi.

Para mi siempre has sido eso y mucho más.

Aunque, no cambiaría la serenidad de crío que te embarga, ni la jovialidad de niño que te ensaña. No cambiaría verte arder debajo de mi, no cambiaría tu rostro de cuándo te subiste al Olimpo por primera vez y te convertistes al hombre que siempre debiste ser, el hombre que no te creías ser. No cambiaría tu forma de mirarme al borde de la gloria. Te dejé despegar sobre mis alas, pero te di las tuyas y bien puestas para que vueles por tu cuenta.

Me has enseñado cosas que me hacen reír y yo te he enseñado cosas que a veces por la noche no me dejan dormir, por qué no tengo la dicha de, contigo, mi lecho tranquilo compartir.

Te dejé beber del elixir y terminaste por embriagarme tu a mi. Y a mi simplemente me llena el espíritu verte derramar tu elixir sobre mi.

A mi, mi precioso ángel... A mi, me da gusto verte florecer.

Me da gusto verte crecer.

Y no me cansaría de verte arder.

Pero eso no es todo, no me habría animado a aventurar contigo, si no fuera por esa hermosa e interesante manera de existir.

Si no fuera por esa deshinbida manera de ser tan sutil.

Y esa puñetera decencia que, joder... Es la gota que colmó el vaso para que yo quisiera irme a meter en tus sueños, irme a poner en tus manos. Enseñarte y luego simplemente, ver cómo fluyes.

Como fluyes a tu gusto, sin apuros pero lo mejor de todo es verte fluir. Verte descubrir.

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