conversaciones en el cementerio

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Las noches oscuras atraen a cientos de seres que pululan por las calles  solitarias, derramando sus almas vacías o anciosas de encontrar una salida a su torturado corazón.
Una de aquellos seres dirigía sus pasos torpes y zigzagueantes por la avenida Arenales.
Las luces de los postes apenas iluminaban la calle, cómplices de la penumbra y el viento frío. Solo el eco de sus pasos se oía, lentos y melancólicos, como deseando que cada uno fuera el final.
Al llegar a la puerta del cementerio viejo, se detuvo. Se aferró a las puerta de hierro hasta que sus nudillos se volvieron blancos por la falta de sangre. No lo pensó. Trepó cómo pudo la verja hasta descolgarse al interior cayendo todo su peso sobre uno de sus pies causándole gran dolor.
Caminó rengueando hasta una de las bancas de loza dónde se sentó a sobar la pierna lastimada.
Llevaba unos minutos apenas cuando distinguió una sombra que se movía entre las tumbas. No tuvo miedo. Nada asustaría su corazón aquella noche. Quizás sería el guardián. Tal vez un fantasma. Con suerte sería la muerte que venía a reclamar su alma.
Esperó...
Al poco rato una figura delgada de torso desnudo y pantaloncillo bolsudo estaba frente a ella.
Levantó la mirada para contemplar al que estaba de pie observándola curioso y en silencio.
Acomodó su desaliñado cabello detrás de sus puntiagudas orejas y replegando sus enormes alas se  acomodó a su lado.
Permanecieron en silencio largo rato sin decirse nada ni mirarse. Solo el silencio reinaba entre ambos.
- Qué buscas aquí? Por qué vienes a este lugar? -preguntó el ser.
- Vengo en busca de respuestas - respondió la mujer - Quiero saber los por qués.
- No siempre hay respuestas a esas preguntas. Quizás estés en el lugar equivocado. Si es el dolor que te trae aquí, la respuesta no la hallarás entre las tumbas. No hay quién responda. Todos duermen.
- Te encontré a ti. Tal vez puedas responder.
- No soy un oráculo, sólo un simple demonio.
- No creo que tengas problema en responder.
- No respondo preguntas. Cazo almas. Podría cazar la tuya.
- No lo harás.
- Cómo lo sabes?
- Ya lo abrías hecho y no estarías aquí conversando conmigo.
- Tal vez esté aburrido.
- Tal vez... me ayudarás.
- Qué recibiré a cambio?
- Quizás mí alma.
- No me interesa tu alma.
- Dijiste que eras un cazador.
- Soy un cazador. Si me entregas tu alma, dejaré de ser cazador. Ese no es mí trabajo. No recibo almas que se ofrecen sin resistencia. No hay diversión en ello.
- Entonces me ayudarás con mis preguntas?
- Está bien. Pero solo una.
- Tengo muchas.
- Solo una y me iré.
- Está bien, solo una.
- Apúrate mujer. Tengo la agenda llena.
- Cuándo acabará esto? La pandemia.
- Te dije que no soy un oráculo.
- Tú debes saberlo.
- Lo sé.
- Entonces, cuándo acabará?
- No acabará.
- Por qué?
- Porque ustedes son seres estúpidos. Nunca oyen, nunca observan, nunca aprenden. Se dejan dominar por su arrogancia y creen sus propias mentiras. Sus miedos los atan a su necedad.
- Entonces, nunca pasará.
- Claro que va a pasar.
- Pero acabas de decir que nunca acabará...
- Nunca acabará, pero va a pasar esta, y en pocos años empezará otra.
- Nunca acabará.
- No. Hasta que se extingan
- Cuándo?
- No soy un oráculo.
- Lo sabes?
- Lo sé.
- Pronto?
- Pronto.

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