Historias del más allá (10 parte)

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Daniela visiblemente afectada hipaba entre lágrimas cuando un hombre vestido de médico se acercó a ella con un vaso de agua.

- Calma pequeña, respira profundamente y seca tus lágrimas - dijo mostrándole una gran sonrisa- recuerda que los que estamos aquí hemos sido juzgados en un antejuicio por el señor de la muerte, teniendo como base nuestras acciones buenas o malas y algunos en espera de renacer, otros atrapados sin poder cruzar el puente. Hay un grupo, encadenados sin esperanza y muchos simplemente olvidados en sus ataúdes. No llores por las cosas que oyes. Escucha las historias y comprende que fuimos seres humanos sujetos a pasiones y que el éxito de nuestras vidas estuvo en como pudimos superarlas o fracasamos en el intento.

Daniela secó sus lágrimas con el dorso de sus manos y reponiéndose miró a los ojos al galeno reconociéndole.

- Doctor, yo lo conozco, yo iba con mi mamá a su consultorio en la calle Salaverry. Bueno quién no lo conoció en Ica.  ¿Cómo anda doctor?

- El médico sonrió y poniéndose de pie acarició la cabeza de la pequeña que volvía a sonreír-- ¿Cómo ando?, pues noches como ésta, ando muy ocupado. Con mis colegas del hospital estamos de un lado para el otro.
A veces reencontrarse con familiares produce emociones fuertes. Otras, cuando alguien nuevo despierta por primera vez, pierde temporalmente el control o aún, los viejos pacientes al recordar la razón de sus cadenas entran en shock. Lo mismo pasa con algunos espíritus que no se han dado cuenta que han muerto y se aterran al verse aquí o al oír las historias. Lamento no poder seguir conversando. Tengo demasiado trabajo hoy. No olvides, toma las cosas con calma y anda tranquila.

El fraile se despidió del doctor con un fuerte apretón de manos, mientras una sonrisa volvía a dibujarse en el rostro de Daniela y así reiniciaron la marcha.

- Padre, ¿Por qué todas estas personas cuentan sus historias? ¿No sería menos doloroso olvidarlas o  simplemente callar?

El fraile se rascó nuevamente el brazo, respiró profundamente  y levantando la mirada con ternura hacia una escultura de la virgen y su niño, le respondió. - Todos aquí, esta noche, buscamos a alguien a quien contar, por lo menos, una vez nuestra historia. La razón. No olvidar sus recuerdos, su paso por el mundo de los vivientes, su identidad.

La muerte es como un sueño. Un velo oscuro que cae sobre la conciencia. Que te hace olvidar. Y cuando despiertas, en días como estos, podrías no saber quién eres ni porque estás en tal o cual condición. Por eso conviene contar nuestra historia.

Padre -interrimpió la perorata del fraile- morir duele?

Morir es doloroso cuando olvidas y cuando te olvidan. Descubrir que fuiste intrascendente, y que nadie recuerda tu paso por el mundo de los mortales, es tremendamente doloroso.

Déjame que te explico. Existen tres tipos de muerte. Morir la muerte primera es partir de la tierra de los vivos, una oportunidad para analizar lo que hiciste bien y mal. Hay gente como nosotros que despertamos para guiar a los nuevos espíritus, hay otros que despiertan para lamentar sus heridas. Otros para padecer su sentencia. Algunos no despiertan porque pasaron a la muerte segunda, el olvido, y esperan un cuerpo para renacer.

Los que pasan a la muerte tercera son aquellos seres cuya maldad los encadenó en prisiones eternas y esperan el gran juicio en lugares tan terribles más allá del tártaro, lugares de dolor inimaginable, donde ni el barquero quiere ir. 

Muy pocos no despiertan porque están hechizados para renacer y repetir su historia una y otra vez hasta que cumplan su misión o logren la felicidad.

- Daniela lo miró con un gesto de desconcierto- ¿Hechizados?

El fraile la tomó de la mano llevándola hacia dos tumbas. - Mira. ¿Notas algo extraño?

Daniela se tomó unos segundos. Era el mismo lugar que había observado hacía un rato. Las letras en chino y el hilo rojo.

- Ya había notado este detalle padre, es más en el cementerio viejo vi otras igual. No entendí que decía o el porqué de este hilo. ¿Qué significa padre? - abrió los ojos grandes y dando saltitos - ohhh ¿ellos eran hechiceros? ¿Eran brujos padre? Que miedo, mejor vámonos padrecito.

El fraile sonrió acariciándole el cabello. No hija. No son brujos ni nada por el estilo. Te voy a contar una historia. Vamos a sentarnos por allá, junto a aquel mausoleo. Te voy a narrar la leyenda del hilo rojo.

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