Historias del más allá (7 parte)

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Caminaron unos metros y se encontraron a un grupo de policías que conversaban y reían animosamente, mientras hacían movimientos con sus manos indicando a las personas que transitarán y no formarán tumultos.

- Teniente Eduardo, - saludó marcial la niña riendo,- ¿Cómo estás? Oficial Néstor, se dirigió a otro y le abrió los brazos en actitud cariñosa. Ustedes no dejan de hacer bochinches juntos. Seguro andan enamorando a cuánta chica encuentran.

El Teniente Néstor se acercó sonriendo, la tomó en sus brazos cargándola y estampando un gran beso en su mejilla. -No hagas ese tipo de bromas que nosotros somos policías serios y respetuosos, respondió sonriendo.

- Si tío. Quién  no los conoce que les crea, contestó Daniela riendo y abrazando al Policía.

Una vez junto al fraile, Daniela con las mejillas coloradas y toda coqueta, le comentó.

Ellos son mis tíos de cariño, trabajaban en la comisaría del barrio de mi mamá, en Los Molinos. Eran buenas personas. A veces muy estrictos por su trabajo ya que les tocó una época difícil. El tiempo del terrorismo.

Lo recuerdo con claridad. Aún me aturde.

El oficial Eduardo había salido de la comisaria y venido a comprar cigarros a la bodega de mis abuelos. Se hacía de noche y se le veía muy cansado. Dijo que había cambiado su guardia con uno de sus colegas porque quería dos días de franco para viajar a Lima a comprar ropa para su hijo pequeño.

En la comisaría no había más de seis policías aquel día.

Estaba regresando a su puesto cuando a mitad del camino, en el pampón que servía de cancha de fútbol, una ráfaga de ametralladora lo derribó al suelo. Herido, pero aún vivo.

En la puerta de la comisaría había un guardia que al ver la escena pegó un grito de aviso a sus compañeros y arma en mano trató de repeler el ataque.

De pronto una columna grande de terroristas, treinta quizás, aparecieron de todos lados disparando contra ellos. Mi abuelo trancó las puertas de su bodega y nos llevó al segundo piso. Nos envolvió a mí y mí hermanito en varias frazadas para protegernos. Desde allí, cerca de la ventana pude verlo todo.

Los policías se defendían desesperadamente con lo que tenían pero los terroristas los superaban en cantidad y armas. De pronto una explosión hizo volar una parte de la pared. Mi abuelo nos cubrió con otra frazada y junto a mi abuela rezaban para que aquello acabará. ¡Están con basucas! exclamó a mi abuela aterrada. Una bala ingresó a donde nosotros estábamos rebotando en el techo perdiéndose entre las frazadas. Sentí un golpe en la espalda y luego calientito. Oí a mi abuela llorar, pero mis ganas de ver qué pasaba era más fuerte y me volví a asomar.

A los pocos segundos pude observar a tres policías muertos. Mí tio Eduardo se arrastraba hacia sus compañeros buscando protegerse. Los disparos desde la Comisaría eran cada vez menos frecuentes. Desde una de las ventanas mí tío Néstor disparaba su arma logrando  derribar a dos terrucos. Los atacantes se dispersaron y él salió a toda carrera para ayudar a mí otro tío. Estaba en ese afán cuando un disparo lo alcanzó. Como pudieron se parapetaron detrás de un montículo de ripio. Desde allí dispararon hasta quedarse sin balas.

Los balazos de ambas partes disminuyeron y de pronto otra explosión silenció la defensa.

El grupo de terroristas reapareció a toda carrera sin que alguien los atacará.
Pude ver como una mujer se sacó el pasamontañas y parándose delante de mis dos tíos heridos y les disparó. -Las lágrimas y pucheros le ganaban la voz-

Los otros terrucos entraron a la Comisaría y se oyeron disparos. Estaban ultimando a los heridos.

La mujer se inclinó y arrastró a mí tío Eduardo unos metros. Levantando la voz llamando a sus compañeros que hacían pintas en las semi derruidas paredes. Mí tío aún se movía. Quise gritar. Pedirle que lo dejara, pero el grito se ahogó en mí pecho.

La mujer colocó una granada debajo de su estómago y todos salieron corriendo gritando "así mueren los perros". Unos segundos después una última explosión resonó en el pueblo.

Nadie salió hasta el otro día.

Padre, ese momento lo tengo grabado en mi memoria. A veces oigo las explosiones y  los gritos en mis sueños.

El fraile tomó los hombros de la niña que se refugió entre su hábito para llorar. Tranquila mi niña. Ya pasó. Dios ha tomado cuenta y ha hecho justicia. Esa gente no despierta. Su espíritu ha pasado a la segunda muerte. Hay gente que ha matado por celos, por despecho, por locura, por odios y vengaza, ya viste que sus castigos los atan a este mundo. Su infamia ha destruido el puente entre este mundo y el sueño. Pero hay otros cuya memoria ha sido borrada y su recuerdo desaparece eternamente. Esa es la segunda muerte. Los que volvemos en estas fechas lo hacemos mientras esperamos renacer. La lista, es grande y los cuerpos pocos. Ellos nunca más despertarán. Asesinar por fanatismo es la peor de las transgresiones.

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