Historias del más allá (9 parte)

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Un joven de ojos claros, pantalón acampanado, camisa floreada  y el cabello bastante engominado,  se puso en pie sonriente.

Mi nombre es Sebastián morí a los 21 años y está es mi historia.

Desde el colegio fui un picaflor. Mi porte, el buen hablar y el uniforme san luisano fueron fundamentales en mi éxito con las mujeres.

A los 18 años conocí a Mercedes, una hermosa mujer casada con un minero que la dejaba largas jornadas de vacío y soledad.

Poco a poco fui ganándome su aprecio y confianza, primero como catequista de su hijo pequeño en la parroquia para la primera comunión.

Usé todos mis encantos -unos silbidos y risas de los otros chicos acompañaron su comentario- me puse muy solícito ayudándole primero con las compras, alguna que otra reparación en casa, la tarea del niño y hasta a misa iba con ellos. Poco a poco fue cediendo espacio hasta que una noche, cayó. Me hice su amante.

Fue un amor tórrido y apasionado de varios meses sin la presencia del minero. Lamentablemente el amor trae consecuencias y al poco tiempo quedó embarazada.

La idea partió de ella. Cuando a los pocos días el minero volvió a casa. Lo esperó muy amorosa y los días que él se quedó fueron muy intensos amatoriamente. Siete meses después alumbraba "una robusta hija prematura", le hizo creer.

El pobre hombre se lo creyó (o quiso creer) aunque la niña nació blanca y de ojos claros a pesar que ambos eran mestizos, la firmó sin dudarlo.

Mis visitas unos meses después se reanudaron, esta vez más frecuentes y descaradas.

Cierta noche el minero volvió intempestivamente. Yo estaba desnudo, durmiendo en el tercer piso cuando oí que la puerta del portón se abrió. Traté de huir descolgándome por la azotea de aquella casa. No fue buena idea. Perdí el equilibrio y aquí me ven. Morí por palomilla.

La risa se hizo generalizada. Los jóvenes empezaron a bromear y a hacer comentarios subidos de tono que fastidiaron al fraile que tomó la mano de Daniela para alejarse del grupo.

- Espere padre - se oyó en actitud de súplica. Un joven larguirucho con una mochila al hombro, unos jeans con muchos bolsillos y un polo con cuello, se puso delante de todos- No se pueden ir sin oír mi historia.

El fraile de mala gana detuvo su marcha mientras la niña soltándose del religioso se acomodó en una vieja escalera de palos y pidió al joven empezar su relato.

Yo era un chico joven e inocente. Mis padres que pertenecían a una iglesia cristiana no me dejaban salir más que para ir al colegio o los días de servicio al templo.

Fue precisamente en aquel lugar donde conocí a Milagros, la hija del pastor.

Era una chica guapa, alegre, de buenos modales, siempre atenta a ayudar y servicial. Además cantaba en el coro y era maestra en la escuela dominical. La amé desde que la conocí y a ella yo no le era indiferente.

Durante un campamento de verano en Tambo de Mora nos dimos nuestro primer beso. Me pidió mantener nuestra relación en secreto para evitar comentarios malintencionados contra su padre o su familia. Lo acepté a regañadientes, pues mis sentimientos eran honestos y no le veía nada de malo a algo tan bonito que estaba surgiendo.

Ya llevábamos un año, cuando una noche, después de la predica, su padre presentó a la congregación a Andy, el novio de Milagros. Me quedé petrificado. Al finalizar el culto, tímido como era, le pedí explicaciones y su respuesta fue que ella, estaba tan sorprendida como yo y que iba a hablar con sus padres. Le creí.

No la vi toda esa semana. Mi mamá estuvo enferma y la pasé a su lado atendiéndola. La siguiente semana la busqué y su padre me contó que había viajado a Lima a visitar a unos familiares. Fueron veinticinco días espantosos.

A su retorno me comentó que estaba a punto de convencer a sus padres de acabar esa relación absurda con Andy y que estaba convencida de confesar a sus padres que yo era el amor de su vida. Le volví a creer.

Seguíamos viéndonos clandestinamente y era cada vez más intenso. Incluso casi hicimos el amor.

No oía a mis amigos, a los chicos del grupo de la iglesia, ni a mi hermana. Me decían que ella estaba jugando conmigo y que seguía con el tipo ese. A esas alturas ya estaba ciego. Le creía, le creía.

Un día la encontré en una cafetería cerca de la universidad tomada de las manos y besándose con él. Casi perdí el control. Me sacó del lugar y me pidió esperarla a unas cuadras. Esa noche se entregó a mí. Ya no tenía dudas. Me amaba y él era simplemente el capricho de sus padres.

Aquel verano postulé a la universidad. Mi papá me llevó a Lima a hacer pre y dar el examen de admisión. La llamaba casi a diario. Sus palabras de aliento calmaban mi ansiedad.

El día previo al examen final recibí una llamada. Mi hermana me dijo que el Pastor había anunciado la boda de Milagros y Andy. No le creí pero sentí un fuerte retorcijón en el estómago. 

Llamé a Milagros. No me contestó todo el día. Tomé mi mochila y viajé a Ica.

Al llegar a su casa, su mamá la negó. La esperé hasta que la vi salir. Le reclamé.

- Me miró a los ojos y con una sonrisa socarrona respondió-- No sabía cómo decírtelo. Fue bonito, pero fue. Andy me ofrece oportunidades que tú solo sueñas. Él es mi presente y mi futuro y tú fuiste un amor pasajero, un pasatiempo. Vete a tu casa y da tu examen de admisión. Olvídame que yo haré lo mismo. No me busques, evitemos malos momentos.

Regresé a casa. Le conté todo a mi mamá y sin más fue a la casa de Milagros. Ella lo negó todo y me acusó de acosarla. Lloró victimizándose. Su padre amenazó con excomulgarme y tomar represalias contra mi familia. Fue tan perversamente convincente.

Nos fuimos a Lima para olvidarla. No podía. Soñaba con ella. Sus besos me quemaban. Su cuerpo, su fragancia torturaban mi cerebro. Iba a clases pero no me concentraba.

Un amigo me aviso que se casaría en tres meses. No podía dormir. Miles de pensamientos me atormentaban. Casi enloquecí. Conseguí un arma en la cachina

La boda se estaba realizando. La Iglesia rebozaba de gente. Llegué y me oculté al fondo. Esperé.

- Hay alguien que tenga una razón por la que esta pareja no deba unirse, que hable ahora o calle para siempre dijo su padre quien oficiaba.

- Salí con el arma en la mano- Jugaste conmigo, con mis sentimientos. No te importé en lo más mínimo. Destrozaste mi corazón. Eres una mala persona. No mereces vivir.
Jalé el gatillo. Dos tiros fueron suficientes. La gente empezó a gritar. Todo se puso negro. No podía pensar. La vi. Estaba inerte y sangrando. Puse el arma en mi cabeza.

Morí por una mujer mentirosa.

Daniela puso sus manos en la boca y lloró.

El fraile tomándola de los hombros la extrajo del lugar  mientras los muchachos quedaban atrás entre murmullos y golpes de espalda afectuosos.

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