Historias del más allá (4 parte)

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Daniela estaba pensativa, observando ambos viejos de rodillas orando, cuando una sombra vestida de harapos y seguida por personas cargando un cirio negro encendido desfilaron cerca a ella. Era un grupo numeroso que rondaba alrededor de un pabellón y de vez en cuando dejaban oír lamentos tan dolorosos que helaban la sangre y erizaban los vellos.

- Son los suicidados - oyó una voz que la sobresaltó- están condenados a penar por la la eternidad y a sufrir grandes dolores.

Un viejo fraile estaba a su lado. Vestía hábito marrón dejando ver su pelada cabellera en la coronilla. Su piel era blanca pero un blanco iqueño, es decir tostado por el ardiente sol de nuestra tierra.

- Soy fray Pancho - la saludó amablemente- La noche tiene muchos misterios e historias que develar. He sido designado por la Providencia para ser tu compañero de aventura esta noche ¿me dejas guiarte?

- Claro padre, como que ya me está dando mi edito estar aquí sola.

Tomó la mano del viejo fraile y sonriendo caminaron unos metros entre las tumbas hasta que hallaron en las proximidades de una cripta a una hermosa mujer de mirada languida y perdida, que los saludó parca levantando la mano, dejando ver un grillete pendiendo de la muñeca.

- Está mujer fue trágicamente muy famosa en su tiempo. La apodaban "la bella" . - susurró el fraile respondiendo al saludo- Era esposa de una autoridad, un alcalde o gobernador, no lo sé bien. Éste señor tenía mucho dinero y ningún hijo. La dama en cuestión, mucho más joven y ambiciosa sedujo al desgraciado convirtiéndose en su cónyuge ante la ley.

No había pasado ni un año de las nupcias y ya estaba harta de los achaques y tacañería del viejo. Buscó un sicario, un ladroncillo de medio pelo para acabar con la vida del infeliz.

Planeó hacer pasar el crimen como resultado de un robo, sin embargo el asesino fue rápidamente capturado y en pocas horas bajo presión, confesó hasta futuros crímenes.

Doña Bella lo negó siempre, sin embargo, el peso de la evidencia terminó por inculparla. Fue encarcelada varios años en el penal de Ica, para luego de cumplir su pena salir en libertad.

Ya no era aquella hermosa joven, sino una pálida y demacrada mujer.

Sin dinero ni amistades, terminó enclaustrándose en la misma casa en la que perpetró el macabro crimen. A los pocos meses falleció víctima de la depresión, el miedo y la culpa.

Desde aquel momento, ella permanece encadenada a la tumba del viejo y no puede moverse de allí.

El asesinar a una persona o ser autor intelectual, crea unas cadenas de sufrimiento tan grandes que te sujetan entre ambos mundos. Asesinar es tan antinatural que desgarran el puente que conduce hacia el descanso eterno. Te mantiene atado a tu dolor y al dolor del ser asesinado.

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