Historias del más allá (5 parte)

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El fraile iba tan distraído explicando las consecuencias para el espíritu de una muerte violenta, que se estrelló de bruces contra un hombre mayor y bajito que salía de un mausoleo.

- Disculpe usted Señor - se excusó bastante contrariado - no me percaté de... Ohh Señor Prefecto ¿Cómo le va esta noche?

El hombre bastante nervioso y con la voz entre cortada miraba de un lado para el otro, como atemorizado.

- Tranquilo señor, -trató de calmarlo la niña al ver su ansiedad- ¿está bien? Parece que busca a alguien o que huye de alguien. -Daniela levantó la mirada por encima del hombre mirando de izquierda a derecha viendo solo a  personas saludándose o riendo-

El fraile lo tomó del brazo y lo llevó hasta una banca donde lo acomodo y entre ambos lo flanquearon.

Mi nombre es Manuel. Fui Prefecto de Ica en una época muy complicada. La violencia se había adueñado del país y está ciudad no era la excepción. El toque de queda, los patrullajes nocturnos y el miedo eran pan de cada día.

Yo ejercí mi cargo de manera valiente pero irresponsable. Creí que por mi edad y prestigio nadie me tocaría. Craso error.

- La paranoia se volvió a apoderar de él. Sus ojos iban de un lado al otro y las manos le temblaban.-  Padre, vámonos de aquí. Nos miran. No debemos estar mucho tiempo en un solo lugar. Por favor.

Se pusieron de pie rodeando un viejo árbol colocándose de espaldas a donde estaban.

- Aquí está bien - dijo más calmado pero sin dejar de observar todo mientras hablaba-

Cierta noche después de terminar mi trabajo, observe que un hombre me seguía. Al principio creí que era una percepción mía, sin embargo las noches siguientes se repitió aquello. Una mujer, luego una pareja, después dos hombres. Estaba muy nervioso. Decidí que iba a hablar con el jefe de la policía y pedir resguardo. Pero luego, pensé que si de pronto me veían con guardaespaldas la gente se pondría nerviosa y eso es lo que no debía transmitir.

Aquella noche salí rumbo a casa, como siempre. No vi a nadie. Los que me seguían ya no estaban, así que pensé que había sido cosa de mis nervios, que nunca me habían hecho reglaje. Me fui tranquilo. Silbaba y disfrutaba de la calidez del clima de mi tierra, cuando en al doblar una esquina, me vi rodeado de personas con pasamontañas y armas en las manos. -empezó a ponerse más ansioso y un temblor se apoderó espasmódicamente de sus manos y su voz-

- ¿Qué quieren? ¿Qué buscan? ¿Qué van a lograr atemorizado a un viejo? Sean más hombres y discutamos ideas sin usar violencia. Los hombres usan la inteligencia para convencer no el fusil como medio de lograr objetivos superiores.
Trataba de disuadirlos y ganar tiempo. Un hombre. Se le notaba muy joven levantó su arma y sin mediar palabra me disparó. Caí al suelo y una mujer se acercó casi hasta mi rostro diciendo que ya no era tiempo de palabras y que el cambio se lograría eliminando a la clase política servil al imperialismo yanqui.

La miré a los ojos. Eran fríos y fanáticos. Lo siguiente que oí fue un disparo y un golpe seco acabó con mi vida.

El viejo pareció recobrar el aliento. Se puso de pie y caminó unos metros. -"ningún cambio verdadero se puede hacer apelando al terror como arma. Los pueblos, la historia han demostrado que la única fuente de transformación han sido las ideas."

Volvió la espalda y se perdió entre las tumbas con su paso nervioso y apurado.

El fraile tomó del brazo a la niña y siguieron su andar.

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