Capítulo 3. «Llegada al infierno»

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«Será mía», aquellas habían sido las palabras de Akhor, aquella advertencia que hizo que el corazón de Adaliah latiera rápidamente en su lugar y que se cuestionara si realmente quería arriesgarse y quedarse en aquel lugar.

El cielo. La mansión de los dioses. El palacio divino. Un lugar que, aún con todos los nombres celestiales e inmortales que se le podían dar, seguía teniendo más parecido con el inframundo o el infierno que con un lugar de tranquilidad y paz inmortal.

—Me siento cansada, es hora de dormir —dijo la Luna aquel primer día, el día en que Adaliah firmó su trato con la muerte. Raniya alzó la mano, indicándole al cielo que se apagara, y una vez que todo se hubo puesto tranquilo, agregó—: Vayan a dormir. No quiero sentirlos alrededor de los pasillos.

Akhor sonrió, divertido.

—Con mi cuarto tengo suficiente —dijo.

Skrain giró a Adaliah para hacerla quedarse frente a él. Con sus ojos grises inquisitivos, preguntó:

—¿De verdad estás bien con esto?

—Sí —contestó. Luego giró su rostro hacia Varia, que parecía mirar a Skrain con algo parecido a deseo—. Ve con ella, parece que te desea.

Varia bailaba, divertida, un movimiento de caderas sensual y atrevido que Piperina reconocía bien. Se parecía a los bailes que los del Reino Sol hacían en sus fiestas que recibían a la primavera y en ocasiones continuaban hasta verano.

—Cuídate —murmuró Skrain. Se movió y la dejó a solas justo a tiempo, porque Akhor apareció frente a ella, y, sonriente, dijo:

—¿Lista para tú último viaje en esta mugrosa silla?

Adaliah frunció el ceño.

—¿No eres tan efectivo como aseguras ser? —preguntó—. ¿No puedes curarme ya?

Akhor la rodeó, poniéndose detrás de su silla para poder conducirla a lo que sería su habitación.

—No. Tus piernas están muy dañadas y necesitan una noche entera para poder arreglarse.

Adaliah suspiró. Lentamente, dijo:

—¿Y cómo será esta...?

—¿Relación? —Akhor siempre, aún cuando Adaliah no lo estuviera viendo, sonaba divertido y burlón. Ella aspiró lento, tratando de no parecer asustada o intranquila, pero es que ese hombre le ponía los pelos de punta—. No lo sé. Tú solo déjame ser y veremos que sucede.

—¿No podrías tener a quién quisieras? ¿Una esposa, una mujer que esté contigo por decisión? Una sirvienta, alguien que reciba un buen pago por estar a tú lado, pero que haga cosas que no se salgan de lo correcto, que simplemente te sirva...

—No —llegaron al final del primer pasillo, Akhor giró hacia un conjunto de escaleras, y con un solo tronar de dedos hizo que una capa de hielo formara una rampa para que pudiera llevarla a cuestas sobre ellas—. No es divertido. Aunque no lo creas, no siempre fui rico, o un dios, o poderoso. No sería lo que soy sino fuera por Raniya, es cierto, pero hay momentos en que extraño esos días, esa sensación de ser libre de ir a dónde quiera y hacer lo que quisiera, de que no todos creen que deben servirme, o pertenecerme. Tú me recuerdas eso.

—¿Yo? —Adaliah no pudo evitar notar la ironía de las cosas—. Sé que soy tú remplazo y todo eso, pero yo sí nací con poder, riquezas, y todo eso que dices que no tenías. ¿Qué de mí puede recordarte a tú antiguo tú?

—El dolor —contestó—. Yo también sufrí. Yo también tuve una prueba que pasar. Yo también ví a mis hermanos crecer, mientras yo... bueno, yo simplemente decaía.

Murmullos de SkrainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora