Para Zedric ser el rey implicaba muchas cosas. Habían miles y miles de personas dependiendo de él, su reino, su futuro, el poder que debía tener, el que debía mostrar, la fuerza, la fiereza, las riquezas y pobrezas, todo dependía de él.
Todo eso lo tenía que resolver, y lo tenía que resolver solo. Nathan había sido buena compañía antes, cuando había tenido que hacer campaña, pero ya no estaba. Ni hablar de Calum, que aunque pudo haber sido un buen apoyo había desaparecido, Zara junto con él. Tampoco estaba Amaris, Piperina, o Skrain, todos se habían marchado junto con Raniya y sus ambiciones.
Estaba solo. De vez en cuando recibía noticias del Reino Luna, más eso no era suficiente.
Aquel día comenzó como cualquier otro. Ser removido de un lado al otro por su consejero, un hombre más o menos mayor llamado Ulrich. Recibir un baño frío y chocante, como a los que ya se había acostumbrado. Unas cuantas firmas, un desayuno molesto y ostentoso. Personas, sonrisas, preguntas.
Entonces, llegó el mediodía, y con él un paquete de las tierras del norte. Un regalo atrasado que le habían hecho varios nobles de casas lejanas para celebrar su matrimonio.
Ulrich estaba nervioso. Sus ojos verdes, (como los de Piperina), reflejaban miedo, preocupación, angustia. Muchos le tenían miedo desde la última guerra, más Ulrich nunca lo había demostrado.
—Yo... —se detuvo, ahogado por el nerviosismo. Estaba tratando de detenerlo de avanzar, más no lo hacía, Zedric tenía que salir aquel día, la gira de presentación comenzaría entonces—: Les dije que lo regresaran, más no...
Zedric llegó a la sala principal entonces, y lo vió, o la vió, más bien, a ella. Era un enorme retrato, muy bien hecho, de Amaris. Amaris en todo su esplendor, como debió de haberse visto el día que fue presentada como hermana de la Luna. Sus ojos oscuros se veían brillantes, vivaces, y en el corazón de Zedric algo se rompió.
—Déjalo ahí —fue lo que se las arregló para decir. Enseguida estuvo afuera, en la plaza real, y subiendo a un carruaje que lo esperaba en la entrada del palacio.
—Pensé que un cuadro como ese haría que perdieras la razón —una voz conocida llenó el lugar. Calum, Calum y Zara estaban esperándolo dentro del carruaje. Se veían mucho mejor que antes, Calum de por sí había tenido esta nueva apariencia por ser un dios, más Zara, que mucho antes se había visto medio moribunda, con ojeras y tez pálida, estaba bronceada, menos delgada, más viva—: Parece que te ves bien, más no lo estás. Solo sabes esconder la ira que vive en tí.
—Gracias por hacer evidente lo que yo ya sé de por sí —contestó—. ¿Qué rayos haces aquí?
—Zedric —la que habló fue Zara, sus ojos firmes en los de él, mientras se acercaba para apretar su mano en una forma de darle consuelo—, no puedes detenerte. Has dejado de buscar, y eso es todo menos lo que deberías dejar de hacer. Hemos estado buscando una manera, y creemos tener una respuesta.
—¿Una respuesta? —preguntó Zedric, furioso. No podía evitar desquitarse con ellos, eran los únicos que no se asustarían al verlo así. Sin embargo, aunque lo hiciera el dolor no se iría, no podía hacerlo, no a menos que ella volviera—. La respuesta es sencilla. Amaris ya no es Amaris, es Raniya, y Raniya tiene a mi hijo creciendo dentro de ella. Raniya, la diosa, la que puede ver el futuro. ¿Creen qué soy estúpido para no saber que vendrá por mí? Solo queda esperar. Prepararlo todo para cuando ella venga, y quitarle a mi hijo, quitárselo, ¡Soles!
—Podemos ir hasta ella —insistió Calum, que parecía mirarlo con cierta compasión, y no hizo mucho por ella—, traerla de vuelta.
—¿Y de qué serviría eso si ella no es ella? —preguntó Zedric, aún furioso. Con la mirada vacía, explicó—: Deberíamos de ir por él. Por él si valdría la pena. No sé cómo deshacer lo que Raniya hizo.
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Murmullos de Skrain
ФэнтезиLa guerra entre dioses y humanos está en su punto más alto. Las tropas se preparan, los reinos enemigos se unen para defenderse de un poder al que apenas pueden entender. Zedric vive en un reino dividido. Algunos prefieren elegir a un nuevo y pode...