Astras era un dios dañado. Los gigantes habían sido creados, en un principio, para vencer a los dioses, para servir de potenciador al intercambio de poderes, o terminarlo, también, de una vez por todas.
La última vez las cosas no habían terminado muy bien para él. Raniya se había encargado de destruir sus defensas, reduciendo su alma a una pequeña porción de lo que una vez había sido. Revivirlo a él sería mucho más difícil que revivir a cualquiera de los demás gigantes, más él era el único dispuesto a dar su poder y trabajar en aquel intercambio que se estaba formando. Los dos lados eran fuertes, más el poder estaba balanceado como si al mismo dios padre de todo le gustara prolongar más las cosas.
Astras, entonces, cambiaría el balance de las cosas. Serviría de puente entre la transición, sí, pero también haría hasta lo imposible por poner las cosas a su favor y hacerlas más fáciles. Tenía un plan, un plan que había requerido de milenios para formularse. La prueba de que las cosas nunca suceden porque sí, un plan que lo haría diferente a sus demás hermanos, pero que también conseguiría su favor. Un plan que traería a los gigantes de vuelta.
—La clave para revivirme no es muy difícil —dijo. Señaló entonces al círculo de piedra, dónde distintos grabados corrían, todos distintos y poderosos. Estaba conectado a esa magia, por lo que no le fue difícil ordenarle al círculo que mostrara las runas que le servirían aquel día, las de resurrección—. Primero se hace un pacto de sangre. El pacto de sangre decide quien tendrá dominio de mis poderes, quien podrá utilizarme a su favor. A eso, entonces, le sigue el sacrificio, cuando ustedes ponen sus manos en uno de los atriles y dan de su poder en favor de nuestro propósito. Una vez que reviva, lucharé a su nombre en la guerra y conseguiré aquello que ustedes tanto quieren. Libertad —miró a Nathan—, control —a Piperina—, familia —esto último vino hacia Zedric—. ¿Y bien? ¿Qué esperan?
Zedric hizo entonces el juramento de sangre. Astras permaneció imperturbable mientras miraba aquello suceder, sus ojos castaños no reflejaban ninguna emoción, más, cuando terminó, flamearon por un momento, uno casi imperceptible.
—Ahora seré fiel a ti cuando regrese a la vida —dijo. Miró a la bestia, y agregó—: Tenía mucho tiempo que no veía a uno como tú. Fue hace tanto...
—Estoy aquí como guía, no para intervenir —respondió. Astras sonrió. En tono calmado, murmuró:
—Vienes por mi poder. Cómo sea... —miró a Piperina—. Tú aquí, tú —a Nathan—, aquí —y tú —a Zedric—. Aquí.
Los había acomodado, entonces, alrededor del gran círculo que ya había sido regado con sangre. Por lo tanto, cuando sintieron un tirón de poder, lo siguiente que dijo, sin mucha emoción, fue:
—No. Su poder no es suficiente. Tendrán que esperar a que ella venga, y usar tú poder de las sombras para camuflajearse.
Nathan negó.
—Es muy riesgoso, hay mucha luz, no es tan fácil.
—Bueno, pues hagámoslo oscuro —dijo la bestia. Cerró los ojos, y de la luz, un sol que no tenía nada de real, surgió una luna, un cielo estrellado, luminoso en cierto punto, pero que daba amplia viabilidad para que las sombras se extendieran y los cubrieran—. El pacto de sangre está hecho, y Raniya ya no puede borrarlo.
Raniya llegó pocos minutos después. Zedric estaba muy nervioso, a la espera de que algo, cualquier cosa, saliera mal. Aún así, ellos pasaron más o menos por lo mismo que había pasado él, excepto por el hecho de la presencia de los antiguos gigantes.
—Solo yo estoy dispuesto a dar mi poder —dijo Astras, una presentación rápida tomando en cuenta la que había presenciado.
—Viejo conocido Astras —respondió Raniya en un tono condescendiente y con la mandíbula apretada—. No creería en ti ni aunque me obligaran a hacerlo.
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Murmullos de Skrain
FantasyLa guerra entre dioses y humanos está en su punto más alto. Las tropas se preparan, los reinos enemigos se unen para defenderse de un poder al que apenas pueden entender. Zedric vive en un reino dividido. Algunos prefieren elegir a un nuevo y pode...