Capítulo 9. «Deseos profundos»

184 31 8
                                    

Ranik tenía sueños oscuros todas las noches. Sueños que tenían que ver con el infierno y sus brazas ardientes, con la oscuridad, la muerte.

No había querido admitirlo, pero una parte de él aún seguía en el inframundo. La cosa es que no es que fuera un recuerdo o una especie de trauma, sino que realmente una parte de él, una parte de su alma, seguía ahí, y esa parte siempre lo llevaba hacia la ciudad de los castigos, dónde escuchaba los quejidos y llantos de aquellos que habían cometido malas acciones en su vida mortal. No era algo que él eligiera, mucho menos una especie de penitencia por sus propias mañas acciones. La realidad era que, al tener un conocimiento de aquel lugar, al estar ligado a él, Ranik no podía evitar regresar.

Algunas noches dormía escuchando los llantos de Alannah o de la misma Luna, (que aunque había evitado su destino en el inframundo, seguía teniendo una parte de su alma en él), otras escuchaba los llantos susurrantes provenientes de los campos de pena. También había días en los que de repente su alma era transportada al inframundo, (en alguna ubicación diferente cada vez), y la realidad cambiaba, una especie de mareo que no le hacía bien para nada.

Ranik siempre ignoraba esas sensaciones. Lo habían educado para no mostrar debilidad ante los demás, y así se había mantenido por un largo tiempo, aún hasta la misma muerte y después de ella.

Entonces, cuando todas estas pruebas se pusieron frente a él, sus debilidades casi quedan al aire varias veces seguidas. Las visiones de la oscuridad le sobrevenían siempre que comenzaba a verse en un apuro, cuando su desgaste era tan grande que su alma perdía el propio dominio sobre sí misma.

Pasó durante la primera prueba. Pasó mientras dormía, pasó mientras era transportado desde el mundo mortal al palacio de los dioses. Le había costado mil demonios que no se notara. Le pasó, y le pasó, mientras dormía.

Una semana pasó de la prueba. Ranik despertó aquella mañana con una sensación de dolor en la garganta, sudando, con la boca seca y el corazón desbocado. No le gustaban las sensaciones que le sobrevenían al cuerpo cuando despertaba. Era  perder el aliento, sentirse impotente, casi hasta el punto de llorar. Nunca había dejado que el dolor fuera muy lejos, porque temía quebrarse, quebrarse y nunca regresar.

—Pero mira que tú conviertes el dormir en un arte —escuchó. Varia, que estaba a su lado, nunca se sorprendía de verlo dormir y despertar de aquella manera—. Hay belleza, muerte, sufrimiento. Todo en un solo individuo. Por eso te elegí.

Ranik apretó los labios y bajó la mirada, tratando de enmascarar su enojo, aquella furia que parecía meterse en su mente, una especie de sentimiento de impotencia que no le dejaba estar tranquilo ni consigo mismo.

Varia sabía leerlo bien. Siempre se mostraba insolente y despreocupada frente a los demás, pero en realidad tenía una mente cuidadosa detrás de toda aquella fanfarria.

—Dormir es solo eso, dormir. No le busques más de lo que hay —contestó.

La sonrisa de Varia se extendió aún más. Llevaba un simple vestido rojo de seda, el cabello suelto le brillaba con la luz del sol, y sus ojos enclarecieron también, vivaces. Juguetona, pasó una de sus manos por la longitud de su brazo, agregando, al mismo tiempo:

—Deberías de relajarte, sabes bien que lo necesitas. ¿Cuándo pasaremos de dormir juntos a realmente hacer lo qué tanto quiero hacer?

—Nunca —sentenció Ranik—. Deberías de olvidarte de eso.

—Pero es que negarte a hacer algo que tanto deseas solo te reprime —insistió Varia—. ¿A quién le eres fiel? ¿A Amaris? Llevas contigo unos votos que ni ella misma cumplió. Mírala, tal vez ya no es su cuerpo, pero la prueba está ahí.

Murmullos de SkrainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora