Capítulo 10

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      Zao supón que el tipejo ése, al que apodaban el gran Zeta, estaba muerto en cuanto él abrió la puerta. Podía verlo de espaldas —que distraídamente ejercía su poder sobre Aisha, latigueando su espalda sin piedad—. Ella con los hombros ligeramente encorvados, y un aspecto nervioso y resignado llamó poderosamente la atención de Zao. Ella había cambiado su apariencia firme y resuelta por una de sumisa y tímida criatura indefensa. Y mientras atravesaba velozmente la habitación sentía cada vez una furia que iba en aumento a medida que los látigos marcaban su piel nacarada sin conmiseración. Para cuando estuvo a pocos centímetros de ella; encontró a una débil Aisha, atada a un poste,  lo único que pensó fue en ubicar algún objeto con qué derribar a ese tipejo. Lo primero a mano fue una silla que elevó por los aires y sin pensarlo dos veces la estrelló con fuerza en la cabeza de Zeta. 


     El golpe permitió que Zeta soltara el látigo.  Los segundos siguientes Zao los supo aprovechar para caerle a golpes con todo su peso.  Los golpes que le propinó fueron seguidos y contundentes, tantos que no le permitieron reaccionar ni reconocer a su agresor, antes de caer inconsciente. Aquello fue muy bien aprovechado por Zao para liberar a Aisha de sus ataduras.


     —Te encuentras bien, Aisha. —Le comento Zao revisando detenidamente su espalda  y cuerpo y cubriendola con el saco que llevaba puesto.


     —Sí,  me encuentro  bien gracias. —Comentó Aisha con una expresión incómoda y penosa en el rostro y que era mucho más que incomodidad. Era una reacción casi dolorosa y profunda; pues en ese dolor estaba latente un miedo a la represalia a la que podría recurrir Zeta al ella haberse liberado por ése hermoso hombre que había dejado de ser indiferente para ella desde ese mismo día que lo conoció en el antro de mala muerte en el que ella debía de siempre frecuentar para cuidar de los negocios de Zeta...


     —¡Vámonos de aquí!...  Antes que despierte  este tipejo. —Dijo Zao terminando de envolver sobre su adolorido cuerpo con su saco, tratando de cubrirla lo mejor posible. Debido a los retazos de un inservible vestido que pese a ser escotado, en esas condiciones no le servían de nada.


     —¡Nooo! No, puedo huir se vengará si lo hago.


      —¡No interesa! ¡Vámonos!  Y si intenta despertarse y se atreve a hacer algo más yo mismo lo mato...


     —¡NoooO! ¡No puedo hacerlo!... ¡Tú  no entiendes! Si huyo matará  a mi niño.


     —¡Queee! ¿Qué niño?


     —¡Mi hijo! Zeta lo tiene secuestrado desde hace más de dos años...


     —¡Eh! ¿Qué mierdas dices?


     —¡Lo que escuchaste bien! Debo quedarme-


     —¡No! De ninguna manera, confía en mí. 


     —Perooo...  Fue como si el Zao estuviera parloteando en algún mundo distante del que ella, en ese preciso momento, ella ya no era parte de ese instante. Sólo una pequeña parte, quizá. Una parte insignificante. Por un instante imaginó que, en cambio, debía escuchar la promesa de Zeta de velar por su hijo, total todo ese tiempo lo había cuidado muy bien y el chico hasta pensaba que Zeta era su padre, se dijo para sí misma y luego sufrió un ataque de confusión, por el que creyó que Zeta era quien le estaba hablando. Se dijo a sí misma que eso era improbable después de haberlo visto caer desmayado por el golpe, así que bajó los ojos y se esforzó por prestar atención a Zao. 

Las pasiones de ZaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora