Capitulo II

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Capítulo II

Es noviembre, una frágil luz corroe el vidrio y se aproxima para atacar mis ojos y despertarme de un sueño fugaz que tuve la noche anterior. Doy una vuelta lentamente y acomodo mi cabeza sobre la almohada, al cabo de unos segundos vuelvo nuevamente a recostarme boca arriba y miro al techo por unos instantes, mi mente parece permanecer totalmente en blanco en ocasiones. Recojo levemente la sabana que me cubría hasta el pecho, hago un minúsculo esfuerzo para levantarme y me siento, es como si estuviera en un trance, como si mi mente explorara otras galaxias mientras mi otra mitad; la física, está aquí. Es lo mismo cada mañana. Me doy unas pequeñas palmadas en las mejillas, me levanto y camino hacia la puerta, en el momento en que me dispongo abrirla escucho a mi padre dando trotes desde temprano, abro la puerta y me ilumina la luz.

Una nota sobre mi padre: antes de que lo conozcan, debo decir que es el mejor padre que me haya podido obsequiar la vida. Sufrió mucho la muerte de mi madre cuando yo tenía solo diez años, quizá él no lo sepa, pero recuerdo haberlo visto con el corazón en la mano cuando recibió la noticia de los médicos anunciando la muerte de mi madre. Fue terrible y no desearía esa pesadilla a nadie, algunas veces creo que a él le fue más difícil superar el tan feroz golpe que la vida le dio. Los doctores entraron corriendo rápidamente al cuarto donde mi madre se encontraba luego de que algunas enfermeras los buscaran tan rápido como se era posible. Al salir arrastraban sus caras el uno con el otro, recorriendo el pasillo hasta llegar donde nosotros, yo solamente miraba y escuchaba, mi padre se puso de pie y me dijo – Evee, quédate aquí, ya regreso – y enseguida caminó también hacia los doctores, ellos lo miraron con compasión y le dijeron lo que había ocurrido. Al parecer, el corazón de mi madre se había detenido y con ello la vida había abandonado su cuerpo, ella…se había ido, ni siquiera supe cuando despedirme. Por otro lado mi padre, me abrazo fuertemente mientras lloraba con desesperación, realmente amaba a mi madre, no quisiera ver a mi padre de nuevo en ese estado, dejando que la vida se le saliera por los ojos, derramándola y viendo como caía al suelo. El pidió verla, yo no quise entrar, me negué por completo el delito que era para mis ojos ver a mi madre sin vida, la mujer que una vez fue tan alegre y dichosa, quien me enseño tantas cosas y me indicó los pasos que debía dar. Mi padre salió al cabo de unos minutos, quiso fabricar un sonrisa de mentirillas en su rostro al mirarme y, me dijo – vamos a casa – solamente, ni una palabra más salió de su boca durante el camino, y supe que era lo mejor, alguna palabra haría que sus ojos se quebraran junto con los míos, lo mejor fue eso. Nada más.

Otra nota sobre mi nombre: Formalmente me llamo Evolet, pero mi padre y mi madre preferían decirme Evee.

Al llegar a casa fui corriendo directamente hacia mi cuarto, no quería saber nada del mundo, realmente no quería saber nada del mundo en el que todos vivían, y en el que casualmente yo también vivía. En mi mundo había luto, las paredes se habían pintado de negro, las ventanas de mi corazón se habían desquebrajado y se empañaban con el frio adiós de la persona que me había permitido abrir mis ojos algún día, las paredes estaban húmedas y los sonidos eran nulos. Abracé mi almohada con todas mis fuerzas, la almohada era la única insensible e indiferente a mí. Me mostré fuerte ante mi padre, no quise mostrarle mis lágrimas y darle a conocer lo delicada que era y cuanto necesitaba de él. A decir verdad pasaron bastantes días, varias semanas para ser concreta; para que pudiéramos tener una conversación con algún brillo en nuestros ojos, se habían tornado tenues, habían perdido el fulgor que alguna vez desprendieron – papá, te quiero. – eso fue todo, él me miro, su sonrisa fue verdadera, me abrazo y me estrecho con sus brazos contra su pecho y sentí su calor. Desde entonces mantengo una gran relación con él.

Luego de darme una rápida ducha voy por el desayuno y – ¿qué hay de desayuno? – ¿te apetece cereal de chocolate? - ¿chocolate? No suena mal. Mi padre se despide, es lunes y debe ir a trabajar, en su trabajo conoce gente nueva todos los días, me sorprende su labor, no es fácil escuchar la vida de otras personas teniendo ya que soportar la tuya. Y creo que en esta profesión te das cuenta de muchas cosas, esto también le fue a mi padre de gran ayuda para lograr superar de una mejor forma la partida de mi mamá. Solía decir que lo mejor de escuchar a las personas, es darte cuenta de que no eres la única persona en este mundo, y al parecer, eso te da algo de aliento y alivio. Escucho el auto de mi padre al encender y me vuelvo rápidamente hacia la ventana, no le grito ni nada parecido, solamente me gusta ver cuando se aleja, nunca sabes cuándo puede ser la última vez que veas a un ser querido, y en mi caso; el más preciado que tengo. Veo el auto perderse al doblar en la esquina a la derecha. Voy hacia mi cuarto, recojo algunas cosas tratando de ordenar un poco, todo está hecho un desastre, no entiendo como una chica puede ser tan desordenada, en realidad lo comprendo, soy bastante desordenada y eso de que las mujeres son ordenadas, que vanidosas y todo lo demás es pura charlatanería, de ser así; soy un chico de pies a cabeza. Pero no, es una realidad que debe aceptar mi esposo, solo si llego a cometer la locura de enamorarme algún día y me encuentre con tal grado de locura que acepte casarme.

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