Capítulo: Cuatro

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Cuidado con lo que oyes,

y nunca olvides lo que escondes

Me dolía hasta lo más profundo del alma. Mis neuronas parecían estar dándose un baño de ácido en mi cabeza, mientras que mis huesos se sentían quebradizos, como si en cualquier momento fueran a romperse hasta quedar pulverizados. Sin embargo, esa no fue mi mayor preocupación, pues no tenía idea de donde estaba, y aún peor, de con quien estaba...

Sentía como unos fuertes brazos me rodeaban por los hombros y las rodillas, cargándome de la misma forma que levantan a las princesas en las películas. Una parte de mí deseaba con locura apartarse de la persona a quien desconocía, pero fue la parte menos racional la que venció, aquella que deseaba seguir disfrutando del calor corporal que abrigaba la desnuda piel de mis brazos y la que prefería continuar deleitándose con el varonil aroma que invade mis fosas nasales.

Cada una de mis prendas seguía en su lugar, pero no pude evitar sentir algo de miedo ante la situación. Nos estábamos moviendo, y yo no tenía ni idea de hacia dónde me dirigía. Mis párpados pesaban, temerosos ante la idea de ser deslumbrados por una reluciente luz cegante. Practicante era como un barco a la deriva, sin más opción que dejarse guiar por las cambiantes aguas de los mares.

En un momento nos detuvimos, los pasos cesaron y una puerta se abrió para que nosotros hiciéramos ingreso. Un cosquilleo recorrió mi espina dorsal, sin saber lo que me depararía el futuro. Por lo que había visto en películas, tenía probablemente dos únicas opciones; que me hubieran raptado o que fueran a abusar de mi. Temía por igual ambos escenarios.

Quise moverme, pero mi cabeza dolió con la simple idea de hacer un mínimo esfuerzo. Estaba atrapada. Mi garganta busco emitir un ligero grito, logrando solamente obtener un tenue sollozo. Me alteró la impotencia que me dominaba al estar en una situación de la cual solo podía ser un silencioso testigo, sin tener al menos oportunidad de actuar.

Todo ese sentimiento se atenuó de golpe en cuanto noté, aún con los párpados cerrados, como una luz se encargaba de iluminar la habitación, provocando que una reconocida voz hablará.

—¿Qué haces imbécil? —regañó el que me sostenía contra su anatomía, hablando hacia uno cuya presencia ni siquiera me había percatado—. Apaga la luz, ¿Quieres que nos atrapen?

—Lo que quiero es irme de acá —reclamó la voz de Ray, antes de apagar la luz—. Debimos de haberla dejado en el bosque...

—No volveremos a discutir sobre eso —cerró el tema para luego dirigirse a un tercero—. Kayn, vigila la puerta.

—¿Por qué siempre me toca lo más aburrido? —se quejó como niño pequeño—. Que lo haga Ray, yo no pienso hacer de perro guardián.

—¡Joder! Ustedes son increíbles —exclamó Nikolai al límite de la paciencia, tan al límite que decido recurrir a las amenazas—. Kayn, haz lo que te digo o te juro por lo que más quiero que quemaré tus cómics de mierda.

—¡Vale lo haré! No hace falta ponerse agresivo —se dio por vencido—. ¿Qué hice para tener amigos así? —murmuró para luego hacer lo solicitado.

Con un esfuerzo sobrehumano, abrí ligeramente los ojos para ver donde me hallaba, y pude respirar nuevamente con normalidad una vez que observé mi habitación en la residencia. Nikolai se encargó de depositarme sobre el edredón de la cama con suma cautela, procurando no despertarme con algún movimiento brusco. Por mi parte, me esmeré en fingir sueño para no tener que enfrentar aquella escena, aunque mi actuación flaqueo cuando una helada brisa invernal impactó contra mi piel, provocando que me retorciera por el frío. Rogué que no se hubieran percatado de eso. Fue en vano.

HIJOS DEL PECADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora