Capítulo: Trece

1.3K 111 61
                                    

¡A dos por uno la terapia!
Descuento especial
para quienes empujen a alguien contra la pared

Temerosa y dubitativa, seguí los pasos del hombre que caminaba delante de mí, quien de vez en cuando se detenía a observarme de reojo con cierto desdén. Andábamos por el campus del internado, yendo en una dirección que para mí era desconocida.

Me atemorizaba esa idea, pero el solo pensar en pararme a preguntar era aún más inquietante que aquello. Cualquier palabra mía sería mal recibida por mi enrabiado interlocutor.

Él claramente estaba molesto conmigo, y no me era complicado adivinar el porqué. Conocía la respuesta.

Ya podía imaginarme la cantidad de problemas en las que lo había implicado gracias a aquel injustificable ataque. Además, teniendo en cuenta su labor como informante de mi abuelo, seguro que más de algún regaño le habrá llegado por su parte.

El tétrico aspecto del ambiente tampoco es que mejorara mucho la situación.

El sol de estaba ocultando tras las montañas, haciendo que la oscuridad tiñera poco a poco el extenso cielo grisáceo. A todo esto, había que sumarle el gélido clima, que me tenía abrazándome a mí misma para evitar congelarme.

Pero mi helada temperatura corporal poco le importaba al señor Hardy. Él caminaba con decisión por una de las extensas rutas pavimentadas del lugar. Estábamos rodeados por el verde de la hierba perfectamente podada mientras el sonido de la fuente central era lo único que se oía a metros.

Me ocupé de detallar al aquel hombre, y fue gracias a ello que me fijé en su extraño aspecto. A simple viste lucía igual de impoluto que siempre, sin embargo, todo cambiaba cuando te dedicabas a mirarlo unos segundos de más.

Su cabello se encontraba algo desprolijo, como si hubiese estado pasando la mano por él repetidas veces. Por otro lado, traía los primeros botones de la camisa desabotonados mientras que su corbata de veía suelta, seguramente siendo él mismo quien la aflojó para poder respirar con tranquilidad.

Sí, todo en él señalaba lo estresado que se hallaba, y como no, todo era por mi culpa.

Salí de mis cavilaciones cuando nos detuvimos frente a uno de los edificios. Él entró primero, sin preocuparse de abrirme la puerta al hacerlo, es más, me la cerró en la cara en un gesto molesto. Me tragué el orgullo y lo dejé pasar, siguiéndolo sin chistar.

Al contrario de como había estado hace tan solo unas horas atrás, la sala común estaba completamente desierto. Nadie, más allá del señor Hardy y yo, se encontraba allí.

Sin quererlo, miré en dirección al puente que nos unía con la residencia femenina. Aquello trajo un reciente recuerdo que prefería olvidar. Una imagen de mí tomando a Jane por el cuello vino a mi mente. La hice a un lado antes de que consiguiera afectarme más de lo que ya lo hacía.

Justo cuando creí que doblaríamos por un pasillo hacía la zona de la administración, el hombre tomó un camino distinto. Así descubrí que no nos dirigíamos a la oficina del director, pero fui una ilusa al pensar que eso era algo bueno.

Mi expresión gratificada cambió a una de horror al observar el nombre de la puerta en la que nos terminamos por detener definitivamente.

Estábamos en la oficina de la señorita Stratford.

—Oh no —me quejé sonoramente—. Usted dijo que...

—Te dije que te mantuvieras en silencio —me calló hablando con firmeza—. No estás en posición de quejarte. Entra.

HIJOS DEL PECADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora