Si la vida te da limones
¡Acelera a todo motor!Para corroborar que el bus ya había partido, fuimos a la estación, y efectivamente, estaba vacía. Tampoco había taxis disponibles a esas horas, y aunque los hubiese habido, probablemente ninguno estuviese dispuesto a llevarnos hasta el Saint Thomas. Nos encontrábamos varadas en el pueblo.
«Yo sabía que este pueblo sería mi perdición».
Ahora estábamos sentadas en una banca de la plaza principal frente al cine. Hacía frío en el exterior. El letrero gigante de este último iluminaba toda la cuadra con sus luces fluorescentes, permitiéndonos observar con mayor nitidez, nuestras caras de preocupación al no saber que hacer para volver al internado.
—Podríamos hacer dedo hasta que algún conductor acceda a llevarnos —sugirió Ivette.
—Grandiosa idea —la británica se lo tomó de mala manera—. Y luego cuando el conductor asesino nos esté apuñalando con un cuchillo, le agradecemos por la amabilidad.
—Solo era una sugerencia.
—No tengo problema con que las des, siempre y cuando sean sugerencias inteligentes.
—Por lo menos yo sugiero algo en vez de desquitarme con todo lo que se mueva —replicó una enojada Ivette.
—¿Desquitando? Lo único que hice fue contradecir tu estúpida idea —la chica no dio su brazo a torcer—. Pero si te parece que mi reacción fue incorrecta, pues adelante, haz dedo en esa calle hasta que un extraño se ofrezca a llevarte.
—No hace falta que te comportes como tremenda cretina, Jane.
—¿Y crees que no tengo motivos para comportarme así?
—Ehh ¿Chicas? —quise intervenir. Temía que esa discusión pasara a mayores.
—Todo el mundo tiene sus problemas —la rubia me ignoro—, eso no justifica que trates al resto como basura.
—Si sientes que te trato como tal, quizás es porque lo eres.
Todos nos quedamos calladas tras ese comentario. Se sintió como si Jane le clavase una daga en el pecho a Ivette.
El silencio era lo que necesitaba para asimilar la herida que su amiga acababa de hacerle, pero lamentablemente, dicho fue interrumpido por nuestro caballero de la blanca armadura.
—¿Necesitan ayuda por aquí? —el inoportuno de Félix hizo su aparición.
Las tres nos coordinamos para voltearnos al mismo tiempo. Al verlo la reacción de cada una fue distinta. Jane sonrió al ver que teníamos un salvador, Ivette suspiró aliviada, mientras que yo rodé los ojos al ver que era él quien nos rescataba.
—El último bus partió y no tenemos como volver —explicó Jane.
—Pues es su día de suerte —sacó unas llaves de su bolsillo—. Yo puedo llevarlas.
—Félix te debemos el cielo —agradeció Ivette, abrazándose así misma por el frío.
—No me deben nada —se quitó su propia chaqueta y la puso alrededor de los brazos de la rubia—. Es lo que cualquier persona decente haría.
—A este mundo le falta esa gente decente —comentó Jane
—Lamentablemente sí —dijo antes de señalar con la cabeza una tienda nocturna—. Vengan, tengo el auto estacionado frente a ese minimarket.
Lo seguimos como pitufos hasta que llegamos donde el auto. Era un lujoso Mercedes blanco, tan grande como para que entráramos los cuatro. Ivette se sentó en el asiento del copiloto, Jane no tuvo más remedio que irse atrás, y yo aproveché que Félix estaba a "solas" conmigo para soltarle la pregunta que estuve reteniendo desde que mostró esas llaves.
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HIJOS DEL PECADO
Misterio / SuspensoTras la extraña desaparición de sus padres, Rowan Moore se ve obligada a mudarse a Inglaterra junto a su único familiar con vida, el magnate Warren Balmer. Con la excusa de una fingida consternación, se deshace de ella al enviarla al mejor internado...