Capítulo: Siete

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No tienes nada que temer...

si no tienes nada que esconder

Los pasillos jamás me habían parecido tan largos. Era como si hubiesen prolongado su distancia solo para alongar, a su vez, el tedioso recorrido para llegar hasta donde se encontraba mi amigo.

Para mi suerte, Nikolai no puso mucha resistencia cuando le anuncié que debía marcharme, él solo respondió con un simple "Como sea". Después de eso, fue fácil escabullirme sin ser atrapada por la bibliotecaria, que, dicho sea de paso, parecía odiarme de sobremanera.

La notable angustia en el tono de Clint, me obligó a ir a una velocidad descomunal para mi usualmente lento caminar. Procuré no correr, para evitar llamar una innecesaria atención, sin embargo, aun así fui protagonista de varias miradas de reproche por parte de otros alumnos, y unos cuantos gritos de "No corra por los pasillos" de algún que otro maestro.

Me veían como si yo fuese un vehículo yendo a 120 km/h en una carretera de pueblo con un máximo de 40km/h, una comparación más que factible para el caso.

Tardé lo que sentí una eternidad en llegar hasta el lugar donde se suponía que debíamos encontrarnos, y una vez allí, me sorprendió no ver a nadie. Miré alrededor y no logré divisar por ninguna zona cercana a Clint, o al menos así fue hasta que logré oír unos curiosos murmullos provenientes de los arbustos.

Arriesgándome a lucir como una loca, me abrí paso entre ellos, consiguiendo llegar hasta la fuente de aquellos extraños ruidos. Ni me asombré al descubrir que Clint estaba involucrado, sin embargo, lo que, sí amenazó con hacerme perder la cordura, fue encontrar al que parecía ser Nick, con la boca tapada por la mano de mi amigo.

—¡Clint! —llamé su atención con un ligero grito—. ¿Se puede saber que estás haciendo?

En cuanto oyó mi voz no pudo evitar dar un brinco de sorpresa, como si lo hubiesen atrapado en una situación comprometedora, y es que en realidad así era. Ver a un loco entre los arbustos amordazando a alguien con su mano no es algo que se vea a diario.

—A la hora que decides aparecer maldita desgraciada —su mirada de ira amenazó con atravesarme hasta el alma—. Por si no lo notaste, necesito algo de ayuda por aquí ¡Así que no te quedes ahí parada y ven!

Me apresuré a acercarme, más que nada por el presunto miedo al usualmente simpático chico que me acababa de regañar.

—Primero que nada, quita la mano de su boca, Clint —ordené, aún sabiendo que mi poder en esa situación era prácticamente inexistente—. No somos delincuentes tomando rehenes, deja respirar al pobre chico.

—¡Ey! El idiota Iba directo a la administración, esto fue lo único que se me ocurrió —explicó, finalmente dándole algo de espacio a Nick, quien tenía un aspecto fatal.

Tenía unas notorias ojeras que decoraban la parte inferior de sus verdes ojos, mostrando inconscientemente su falta de sueño. Su cabello pedía a gritos un corte, mientras que su vestimenta sugería que teníamos enfrente a algún magnate empresarial.

Si, la apariencia del chico desteñía completamente con su aspecto, como si por dentro hubiese enloquecido y por ende se viese en la necesidad de aparentar cordura. Por alguna razón esa me parecía una realidad recurrente es el mundo cada vez más conocido de los ricos.

—Nunca fuiste un buen pensador rápido ¿Eh? —el dichoso ex de Clint habló por primera vez, sin saber lo poco que le convenía hacerlo—. ¿Sabes que me hubiese detenido a hablar contigo si me lo hubieses pedido? ¿Verdad?

HIJOS DEL PECADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora