El Sombrero Seleccionador

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Bellamy creía que estudiar magia iba a ser la cosa más fácil y divertida en el mundo. Pero, oh vaya que se equivocó. La magia no solo era cosa de agitar la varita de una forma graciosa y decir un Abracadabra patas de cabra o un Salacadula, chalchicomula bibidi babidi bu.

Al principio su mente solo dijo que todo esto iba a ser pan comido, pero poquísimo tiempo después se sintió como si otra vez estuviese en la universidad llorando por su vida.

Bella se vio rodeada por una montaña de libros que tenía que leer antes de cualquier lección con Dumbledore. Sentía como si el expreso de Hogwarts —si es que existía— la hubiera arrollado una y otra vez mientras aprendía los temas que en algún momento los alumnos de tercero habían tomado dos años antes, ¡Y ella tenía que aprender todo en un solo mes!

Días antes, Bella había conseguido su primera varita y no dejó de admirarla durante todo el trayecto de regreso a Hogwarts. Había dejado en el olvido lo loca que sonaba la frase de Ollivander, el hombre era famoso, obviamente haría varitas a familias prestigiosas y los Renaldi italianos no serían la excepción.

Ella era una hija de muggles a la que le habían descubierto magia en una circunstancia muy rara y luego de muchísimos años, solo era eso.

Ese día, Bellamy fue presurosa al despacho de Dumbledore luego de despedirse de Hagrid y agradecerle su compañía al Callejón Diagon. Como pudo, después de perderse por culpa de las escaleras y su movimiento, se sentía victoriosa al poder llegar ella sola a la gárgola que protegía la entrada.

—¡Tarta de calabaza! — dijo acordándose de la nota.

La entrada se hizo presente, y Bella subía las escaleras rápidamente. No había llegado siquiera a la puerta cuando esta se abrió, invitándola a entrar. Dumbledore se encontraba sentado sonriéndole cálidamente.

—Me parece que tu viaje ha resultado agradable, querida. El mío no tanto, los dementores llegarán en cualquier momento, aunque supongo que tú ya lo sabes— dijo — ¿Hay noticias de tu magia?

Bella sonrió y le enseñó su adquisición

—Llegó algo tarde, supongo — contestó

—¡Fantástico! ¡Maravillosas noticias! Me parece que será suficiente para comenzar nuestras clases... pero dime ¿hay algo que te inquiete? — Bella se quedó con blanco — Soy bueno leyendo a las personas

—Nada, profesor. — contestó dando el tema por cerrado, no iba a cuestionar sobre Ollivander, puesto que estaba convencida de que no era cierto, sus orígenes eran muggles y ya. Y con una mirada analítica de Dumbledore, dieron comienzo a su primera lección.

Fue muy difícil para Bella el poder canalizar su magia en la varita y que pudiese controlarla. Le había tomado unos cuantos días lograrlo, ya hasta había comenzado a sentirse una fracasada al no ser buena.

Dumbledore era un profesor amable y estricto, sin embargo, tenían el tiempo contra reloj y él era un hombre muy ocupado. Por ello, sus clases eran repartidas entre Dumbledore y la profesora McGonagall, que ya se mantenía al tanto de la situación y eran los únicos profesores (aparte de Hagrid) en el castillo. Deberes administrativos, supuso Bellamy. Hagrid fue el encargado de comprar su demás material y su uniforme, encontrándose casi lista para iniciar clases con un montón de magos que no tendrían por qué ser reales. Ella aún se pellizcaba cada que podía para saber si no seguía dormida, para finalmente comprobar que todo parecía ser cierto.

Fue el 31 de agosto cuando sus clases concluyeron, y ahora se sentía confiada en que no sería la estúpida del curso.

—No esperaba menos de ti, Bellamy — decía Dumbledore cuando terminaron — Has demostrado ser una bruja decente a pesar de las circunstancias

Operación: Cambiar la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora