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"Hay heridas que nunca se ven en el cuerpo que son más profundas y dolorosas que cualquiera que sangre"

–Laurell K. Hamilton–

Se abre la puerta silenciosamente y me quedo rígida en mi lugar, veo que el cuerpo de Daniel entra con sigilo.
Me tallo los ojos rápidamente para no dejar rastros de mis lágrimas. O del indicio del ataque de frustración que acabe de tener hace un momento.

—¿Cassie?—Deja de caminar despacio en cuanto se da cuenta de la ausencia de mi cuerpo en la cama y de mi presencia ahora en el sillón—¿Qué haces ahí? ¿Y qué haces despierta? Me tome muy en serio el papel de ser discreto al entrar para no despertarte.

—Lo sé—intente mostrarle una sonrisa pero creo que más bien precio una mueca rara porque muy espantado camino hacía mí.

—¿Dónde rayos está tu venda? ¿Por qué te la quitaste?

—Tenía miedo. Ya no soportaba el hecho de seguir así.

Agache la mirada pero él me tomó de la barbilla y limpió las lágrimas que volvieron a recorrer mis mejillas. Nuestros ojos se cruzaron, desvíe la mirada hacía el ventanal.

—No me veas. Estoy horrible— después de mirar mi reflejo en el espejo y mirar que esa es la Cassandra de ahora, hasta a mí me daba asco. No tenía las agallas de salir así y enfrentar al mundo con este aspecto tan... espantoso.

Me picó la nariz con su dedo índice. Junté mis cejas indignada, regresando la mirada. Odiaba eso y él lo sabía.

—No hagas eso Cassie. No te dejes caer por tu aspecto y que eso afecte a tu estado de ánimo. En dos semanas más estarás como siempre lo has estado, la fuerte y hermosa Cassandra.

Quería creer en sus palabras, pero no había nada que me motivara en seguir adelante, en seguir como siempre, como si nada hubiese pasado.

—No quiero verte salir de aquí nuevamente con aquella enfermedad.

La depresión. Los estados bajos de ánimo.

Aquella enfermedad de la que tanto padezco.

La depresión no es algo fácil de manejar, no es como todos dicen, que es fácil y saldrás de esa, porque ellos se sienten bien y dicen eso.

A veces es aquella chica que siempre está sonriendo, que es sociable y amable con todos o aquel chico bromista y agradable que te hace reír con sus malos chistes. Todos lo ocultan de alguna manera. Algunas personas portan alegría y fuerza cuando por dentro el alma se les está rompiendo en dos.

La depresión solo se puede medir a escala de grises, no hay blanco ni negro, ni un punto bueno ni uno malo, cuando se trata de la mente humana es tan compleja e indescifrable.

Para mí estar deprimida era como ver la vida a través de la niebla.

Asentí.
Me dio un abrazo, de aquellos cálidos y acogedores que solo él sabía brindarme. Enterré mi cara en su pecho, y no sabía lo mucho que necesitaba un abrazo hasta ahora.

—Tranquila, lo entiendo. Pero debemos llamar al Doctor para evitar cualquier daño, ¿sí?

[...]

El Doctor me pidió ir a la camilla, reviso mi cuello, que al parecer estaba bien, me pidió no hacer movimientos bruscos para no lastimarme.

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