Capítulo 1. ¡Odio esto!

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- ¡ODIO ESTO! – gritó la rubia entrando en la cocina con cara de frustración.

- ¿Qué te pasa, chiquilla? – dijo el camarero gaditano preparando su bandeja para salir.

- ¡ME PASA QUE ESTE TRABAJO ES UNA MIERDA! ¡No puedo hacerlo! Y además, los clientes son unos hijos de p-

- Niña, cuidado con lo que vas a decir. A ver, ven – el andaluz la cogió del brazo y la metió en el office cerrando la puerta detrás de ellos. - ¿Qué te pasa ahora?

La rubia tenía las mejillas sonrojadas, pero no de vergüenza. Ella no tenía de eso. El ajetreo del bar, acompañado con la infernal temperatura de las calurosas noches de agosto, habían hecho que su blanca tez se revelara.

- Se... se me ha caído otra bandeja – dijo más calmada al darse cuenta de lo dramática que estaba siendo.

- ¿Sólo eso? Que todo fuera eso, mi alma – dijo tranquilizándola

- Es que esto no se me da bien – admitió la valenciana – no sé llevar bandejas, no conozco la mitad de las bebidas que me piden y a veces simplemente ni sé en que idioma me hablan.

- Pero necesitas el dinero, ¿verdad? – arqueó una ceja, medio inquisitivo, medio burlón.

- Sí... - rodó los ojos la chica.

- Pues ya está, se sigue. ¿Se te cae algo? Lo limpias. ¿No entiendes lo que te piden? Nos lo preguntas. Solo llevas semana y media con nosotros. Tienes mucho que aprender – le pasó el cubo y la fregona que se guardaba en esa misma habitación para estos casos y le instó a que siguiera adelante con la noche – Venga, tira.

La chica cogió los artilugios resignada y se dirigió al salón donde había hecho precipitarse al suelo dos Aperol Spritz, una Piña Colada y un Malibú con Coca Cola. Esto huele a mierda, ¿cómo se pueden beber esto? pensó la rubia mientras fregaba los líquidos que se habían mezclado en el suelo. Terminó la limpieza rápido e ignoró la mancha que había causado en la alfombra adyacente. Si no lo veo, no ha pasado. Siguió la noche con buen ritmo, se le habían acumulado un par de clientes en su rango pero se las apañó.

El reloj marcó por fin las 00:00. Su jornada terminaba. Se quitó el delantal, se arremangó la camisa que le hacían llevar por la noche y resopló mientras miraba la cocina casi del todo recogida.

- Vaya nochecita, ¿eh, Sam? – dijo el moreno graciosillo del grupo entre risas.

- Ni puta gracia – dijo la rubia indignada pero guasona a la vez.

Ellos hacía muchos años que trabajan allí. Eran una piña consolidada que habían acogido a la nueva sin ningún tipo de problemas.

- ¿Te vienes con nosotros a la hamburguesería del paseo a tomar algo? – le propuso el gaditano de rizos como cada noche.

Normalmente ella decía que sí, se lo pasaba bien con ellos y eran las únicas personas que conocía en la zona, pero esa noche estaba agotadísima.

- No, Jesús, hoy me voy a dormir temprano, que mañana me toca abrir a mí a las 10:00h.

- Como quieras, mi niña, nosotros nos vamos. Adiós – se despidieron de los demás que seguían trabajando.

Sam se dirigió otra vez al office para coger su riñonera que colgaba de un gancho en la pared. Se despidió de su jefe, que le tocaría cerrar sobre las 03:00, y del segundo al mando que tenía que pringar cada noche haciéndole compañía al jefe con esperanzas de algún día ocupar su puesto. Con paso lento cruzó el salón y salió a la terraza, donde aún había bastantes mesas ocupadas por turistas borrachos, para dirigirse a la salida trasera del hotel.

Oscuridad blancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora