Samantha se levantó con un dolor de cabeza importante.
- ¿Qué hora es? - Se preguntó a sí misma.
Con los ojos entrecerrados por el dolor punzante que sentía detrás de estos, se incorporó en la cama para buscar mejor su teléfono. La habitación estaba prácticamente a oscuras pues las persianas y cortinas estaban cerradas a cal y canto. Pasó la mano por debajo de la almohada y de las sábanas, pero no lo encontró. Necesitaba saber qué hora era pues ese día tenia que entrar a trabajar.
La pasada noche le había dejado sin energía. El encuentro con Flavio la había inyectado con un ánimo extraño con tintes de felicidad, y en ese momento se creía estar cargada al cien por cien. No obstante, la insistencia de su amigo David en quedarse a bailar hasta que cerraran las puertas de la discoteca la drenó. Salieron dando tumbos y con los pies doloridos a las seis y media de la mañana. De camino a casa, se pararon delante de una panadería que emanaba olores deliciosos y esperaron hambrientos a que abrieran para comprarse cocas de patata, unos bollitos dulces típicos de la isla.
Cuando llegaron a casa, se habían ido directos a dormir. Samantha estaba agotada y no tuvo energía para analizar lo que había pasado con el pelinegro ni lo que podría pasar al día siguiente. Fue tocar la cama y caer rendida, lo que también relacionó con haber adquirido cierta paz de mente en las últimas horas.
Por lo mucho que había trotado la noche anterior, no sabía cuánto había dormido, se sentía desorientada. Al buscar su móvil a tientas y no encontrarlo, se propuso encender la luz para intentar averiguar dónde estaba. Sin embargo, se levantó tan rápido como se cayó. Tropezó y cayó encima de un bulto blandito enorme que estaba en el suelo.
- ¡Joder! – gritó Samantha cuando su rodilla acaparó todo el golpe de la caída.
- Filla de puta! Em vols matar o què? – dijo el bulto moviéndose.
Samantha, que no se encontraba muy lejos de la puerta, estiró su brazo y desde el suelo, con la mano, buscó el interruptor de la luz. Cuando consiguió encenderla, se encontró a su amigo sentado en el suelo con una mueca de dolor.
- Hostia, tío. Perdón – se disculpó Samantha mientras se pasaba la mano por la rodilla dolorida.
Samantha se había olvidado completamente de que su amigo se había quedado a dormir. La noche anterior le había dejado un edredón para que le sirviera de colchón y había dormido en el suelo sin ningún tipo de queja.
- ¿Qué hora es? – preguntó el joven igual de confuso que su amiga.
- Eso iba a ver – se levantó y buscó su móvil con la mirada encontrándolo encima del escritorio – Son la una y pico.
- Hostia, tendría que ir yéndome.
- Ay, no... – dijo Samantha alargando la "O" con un pucherito, pues no quería que su amigo se fuera ya. Solo tenerle una noche le había sabido a poco.
- Sabes que no puedo, pero después hablamos. ¿A qué hora empezabas a trabajar?
- Hoy a las 15 – contestó viéndose venir la siguiente pregunta.
- Y, ¿a qué hora piensas quedar con Flavio? – preguntó él, al tanto de la situación.
- Pues la verdad es que no lo sé. Ya es bastante tarde, y además – dijo mirando el móvil – no me ha dicho nada.
- Evidentemente no te ha dicho nada, se lo tienes que decir tú.
Samantha sabía que el comentario de su amigo era certero, pues se imaginaba que Flavio quería estar cien por cien seguro de que ella quisiera, de verdad, hablar con él y no se lo hubiera propuesto la noche anterior por delirios del alcohol. La rubia abrió el chat del chico, algo que no hacía en bastante tiempo y obvió todos los mensajes que le había dejado durante esos días. "Dios, lo he pasado fatal estos días" le había confesado la noche anterior Flavio. Por eso, no quería leer los innumerables mensajes, pues estarían llenos de súplica y no creía que pudiera evitar sentirse culpable.
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Oscuridad blanca
RomanceSamantha es una joven valenciana que trabaja duro para algún día currar de lo que de verdad le gusta, la música. Para ello, ha tenido abandonar su pequeño pueblo y aceptar un puesto que no le gusta nada en un lugar donde no conoce a nadie. El desco...