Capítulo 4. Flavio

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Cuando Samantha se despertó, solo se atrevió a abrir un ojo. La luz de afuera la estaba cegando, no se había acordado de correr las cortinas cuando llegó a casa por la mañana, pero eso no había alterado su sueño en lo más mínimo. Se incorporó en la cama y alargó un brazo para agarrar y unir las telas que le darían más tiempo sin luz natural. Después de hacer esto, por fin, pudo abrir ambos ojos. Con un dolor de cabeza creciente, buscó su móvil bajo la almohada y lo encontró. Este marcaba las 14:25h de domingo. Se quedó pensativa, intentando recordar qué pasó después de despedirse del chico de gafas. Se acordaba de unirse con sus amigos de nuevo y embarcar el camino hacia casa, pero ya está. No recordaba haberse metido en la cama, por ejemplo, pero al menos se había despertado en la suya. Hoy Samantha tenía turno seguido y empezaba a las cuatro de la tarde. Sabía que la jornada se avecinaba tranquila pues los domingos eran días de salida de clientes en el hotel. Tenía tiempo de sobra y decidió estar un rato tirada con el móvil. Al desbloquearlo, lo primero que vio fue los varios mensajes que Rafa le había enviado la noche anterior después de su "desaparición". Mierda. Nunca hay que mezclar la vida laboral con lo personal, tia se lamentó para si. No los contestó, pues ya no tenía sentido y prefirió no pensar en como tendría que actuar hoy cuando lo viera. Ya se verá dijo intentando cambiarse de tema a si misma. Tenía dos llamadas perdidas de su madre y le respondió por whatsapp diciéndole que estaba bien pero que muy ocupada, que la llamaría cuando pudiera. Se metió en Instagram al ver una mención que resultó ser de su amigo. Él había salido por Magaluf por la noche y la había etiquetado en una story bebiendo en una discoteca y la rotuló con un "Deberías estar aquí, Sam". Qué cabrón pensó para si, pues no la había invitado a ir, aunque seguramente tampoco hubiera ido, conducir por carreteras desconocidas de noche no se le antojaba nada. Bloqueó el móvil y dejó caer el brazo a su lado, mirando a un punto fijo de la habitación. Casualidad o no, su mirada cayó sobre su guitarra, a la que no había tocado desde que llegó. No me mires así le dijo al objeto inanimado sintiéndose culpable. Su plan para este verano era trabajar para ahorrar dinero con el fin de invertirlo en su música, así como intentar encontrar bolos, pero la verdad es que aun no había buscado nada. Este hecho le hacía sentirse mal. Ella, una persona que no paraba de cantar ni debajo del agua, no lo había hecho en estas dos semanas. Al principio no encontraba las fuerzas y ahora, no encontraba las ganas. Estos pensamientos no le estaban haciendo ni pizca de gracia a la rubia, por eso, decidió levantarse e ir a la cocina para evadirse. Abrió la nevera y encontró medio plato de macarrones de dueño desconocido. Lo cogió, pues no tenían pinta de haberse cocinado recientemente y sabía que nadie se comería esos restos. Se sentó en el sofá y encendió la tele para no pensar.

Cuando terminó de comer, siguió mirando la tele sin estar realmente viéndola y no fue hasta que entraron sus compañeros que salió de ese trance. Maxine y Rob entraron con las caras rojas de haber estado impartiendo actividades al sol. Siempre se les veía en su complexión una mezcla de cansancio y energía inagotable. Estaban agotados, no había duda, si no estaban trabajando, estaban de fiesta, pero a la vez tenían la cualidad de no poder decir que no a las cosas.

- Samantha, estoy reventada – dijo la belga casi sin aliento – hemos jugado tres partidos de waterpolo seguidos, esta gente estar loco – dijo refiriéndose a los clientes.

Samantha sonrió y se fue a preparar para ir a trabajar. Se metió en el baño y cuando se miró en el espejo saludó al zombie que le respondía la mirada. Se dio una ducha bien merecida pues su pelo no podía estar más enredado. Tras esta, se puso directamente el uniforme y se peinó su pelo mojado para atrás en una coleta. Añadió gomina a la coleta porque hoy quería verse especialmente compuesta y profesional, no deseaba que ni un pelo se saliera de su sitio para compensar su estado de energía. Para finalizar, se inspeccionó la cara en busca de imperfecciones y se topó con unas pronunciadas ojeras. Se aplicó generosamente el corrector y se pintó las pestañas. Un poquito de perfume y ahora sí.

Oscuridad blancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora