Capítulo 7. Cara Hinchada

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Samantha se despertó gracias a su alarma con muy pocas ganas de ir a trabajar. El día anterior había sido magnífico y, otro día más, lo primero que le vino a la mente fue la cara de Flavio. Sin querer levantarse aún de la cama, su mente repasó lo que había acontecido en la tarde anterior.

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Cuando sus compañeros se despertaron de la siesta y volvieron al trabajo, ellos se incorporaron también para seguir hablando. Hablaron de la vida de ella, de lo que había estudiado, de lo que le gustaría conseguir con la música... Habló de su pasión por cantar como si fuera lo único que la moviera en este mundo, y por muchos años había sido así. Él la escuchó como quien escucha a su álbum favorito, con total atención a la letra y disfrutando de cada nota. También llegó a surgir el tema de sus pasadas relaciones, pero se notaba que ambos no querían inquirir mucho en el asunto. Samantha mencionó haber tenido solo una relación estable y Flavio confesó no haber tenido ninguna. Esa fue la única información que sacó en claro Samantha del chico. No consiguió saber casi nada más pues este le había agasajado a preguntas como si ella fuera la persona más interesante del mundo. Al menos, así la miraba. 

Hubo otra sesión de besos en la que la rubia se hubiera quedado a vivir. Fue intensa pero cuidadosa. ¿Era eso posible? Por un lado, se habían besado con pasión lenta, fundiendo sus cuerpos en húmeda calor. Fue intensa, pues hubo un momento en que ambos se miraron con ojos desesperados, como si estuvieran a una caricia de no poder volver atrás. Pero también fue cuidadosa, pues sus manos recorrieron el cuerpo del otro con seguridad y parsimonia por tierras no peligrosas. Con labios ocupados y ojos cerrados, sus manos se encargaron de conocer al otro. Ambos descubrieron la espalda del otro por encima de la ropa, llevando sus dedos de arriba abajo estudiando cada centímetro. Hubo algún momento en que las camisetas se dejaban arrastrar por las manos y dejaban al descubierto las pieles que protegían, provocando un leve escalofrío. Y no era a causa del frío, pues era pleno verano, si no por la idea de que esa mano pudiera haber entrado en contacto y rozado esa piel. Las manos de él, además, se dejaron caer muchas veces por los muslos desnudos de ella, apretándolos. Mientras que ella, dejó que las suyas agarraran su ardiente cuello.

Samantha no tenía ni idea de cómo sería el infierno, pero no creía que el calor del inframundo pudiera llegar a ser peor al fuego que ardía en ese momento en su interior. Quería más de él, y él también de ella.

Tardaron unos segundos en darse cuenta de que, fuera de esa burbuja de efecto invernadero que habían creado, existía el mundo real. Existían otros sonidos que no fueran sus respiraciones agitadas, sus ensordecedores latidos y sus labios mojados bailando. Tardaron unos segundos en darse cuenta de que el cosmos no se paraba cuando estaban juntos, de que el mundo real seguía su curso. Por esa razón, no fue hasta el segundo ring que Flavio se dio cuenta de que algún cachivache estaba sonando. No fue hasta el tercero, que comprendió que era su móvil. Flavio puso delicadamente su mano en la cara de Samantha para apartarla, ya que ella no se había dado cuenta. El moreno se separó de ella con desgana para intentar buscar su teléfono. Lo encontró encima de la mesa abarrotada y se levantó con rapidez para cogerlo a tiempo. Samantha pudo ver en la cara del chico, el fastidio que le causó que les hubieran interrumpido. Cuando hubo cogido el aparato y vio el nombre de la persona que llamaba se tensó y su semblante se tornó serio y duro. A Samantha le desconcertaba tener esas dos facetas en una misma persona. No le gustaba verle así, tan diferente a como era con ella. El pelinegro colgó la llamada para a continuación empezar a teclear en su móvil. Al cabo de unos segundos lo bloqueó y se lo metió en el bolsillo para dirigir de nuevo su mirada a Samantha que no le había quitado los ojos de encima ni un momento. Samantha, en vez de asustarse ante tal cambio de actitud, que ya había visto en noches anteriores, sintió cierta pena por él, pues sentía que tenía que ver con la canción que le había cantado hacía apenas unas horas. Había algo que le atormentaba, no sabía el qué, no sabía si quería saberlo. Flavio notó en los ojos azules un tinte de preocupación ante su repentina seriedad y hizo un intento de sonrisa. Se acercó a ella y puso de nuevo su mano en la mejilla agachando su cabeza para que su cara quedara a la altura de la de la chica sentada. Miró ambos ojos intentando proyectar que todo estaba bien.

Oscuridad blancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora