05:15h
Dos minutos pasaron desde que la rubia y el moreno habían empezado una lucha de lenguas. Se separaron para dar un descanso a tanta intensidad. Estaban cara a cara, él con ojos brillantes deseosos; ella con ojos rojos, aguados. Su mirada dejó de posarse sobre la de él para escanear la pista de baile. El mundo de Samantha seguía borroso y lo que deberían ser personas, se convirtieron en simples siluetas y borrones de colores. Enfocar ya no le servía para nada. Si a eso le añadimos el movimiento sísmico al cual comparaba las vibraciones de la música de esa sala, que le entraban por los pies y le llegaban a las entrañas, era normal que algo se empezara a remover dentro de ella y necesitara salir.
- Tengo que salir – dijo Samantha con voz débil, pero con una rapidez que denotaba urgencia.
Al decirlo, ni tampoco después de hacerlo, había mirado a su compañero de baile en espera de una respuesta. Simplemente se giró y empezó su recorrido para salir de la discoteca. El pobre chico se quedó desconcertado viendo como la persona con la que se estaba liando hacía escasos segundos desaparecía entre la multitud y lo dejaba plantado sin ninguna explicación.
Samantha intentó hacerse paso empujando suavemente a la gente dando a entender que quería pasar pero cuando eso no era suficiente no tenía reparo en empujarles más fuerte, incluso clavando codos. Necesitaba salir fuera. Y rápido. Notaba que algo empezaba a subir dentro de ella y rezaba para que no fuera su cena.
Con las dos manos abrió las puertas de la sala que daban a las escaleras. Se agarró a la barandilla y subió como pudo esos escalones. Nada más poner un pie en la calle, su última comida hizo el amago de salir y le salió una arcada. Dobló un poco la espalda y puso las manos en sus rodillas preparada para lo que tuviera que pasar, pero no salió nada. El aire de la calle parecía hacerle bien, la noche había refrescado y le despejó un poco.
- Samantha, chiquilla, ¿estás bien? – dijo Jesús agarrándola por los brazos y ayudándola a incorporarse.
La valenciana levantó la mirada y vio a quien le había parecido escuchar. Lo miró un segundo solo para desviar la mirada al resto de la escena. Detrás de Jesús, a un poco más de distancia, estaban las cabezas de Maxine y Rob acompañados de otro chico que la contemplaban a la espera de una señal que les indicara que se encontraba bien.
Samantha no quería arruinarle la noche a los demás, así que intentó no hacer muy evidentemente su estado.
- Estoy bien – dijo intentando disimular.
Cogió el brazo del gaditano y fingió interés en lo que estarían haciendo los demás para desviar la atención. Se acercó al grupito y les preguntó.
- Oye, - dijo Maxi – que he salido sin decirte nada porque vi que estabas ocupada.
- Ni te preocupes, ¿qué hacéis aquí afuera?
- Nada, hablando un rato. – contestó Rob secamente.
Se respiraba un aire extraño y cuando hubo dicho esto, el chico al que ella no creía reconocer se escondió algo en los bolsillos. La mano en el bolsillo. Un flashback de la noche anterior pasó fugazmente por la cabeza de la rubia. Era uno de esos chicos raros que vio en el jardín de detrás del hotel, ¿o no? Se lo quedó mirando unos segundos. El chaval estaba extremadamente delgado y llevaba ropa oversize que no ayudaban a la causa. Estaba cubierto de tatuajes y aunque su pelo estuviera muy mal cortado, las facciones marcadas de su cara hacían que ni siquiera le prestaras atención. El chico se percató de la mirada de la rubia y a él algo también le resultó familiar.
- ¿Nos conocemos, rubia? - leyó Sam en sus labios.
A Samantha le daba mucha grima que chicos que no conocía de nada la llamaran de esa manera y no ocultó su cara de asco.
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Oscuridad blanca
RomanceSamantha es una joven valenciana que trabaja duro para algún día currar de lo que de verdad le gusta, la música. Para ello, ha tenido abandonar su pequeño pueblo y aceptar un puesto que no le gusta nada en un lugar donde no conoce a nadie. El desco...