Lorelei se removió en su lugar un poco adolorida por el fuerte golpe que se había dado después de haber colisionado el auto de Cormac. No sabía dónde estaba, ni si era de día o de noche, solamente podía sentir como su entorno se movía lentamente y las voces de dos hombres que parecían discutir acaloradamente.
De repente, el tacto de otra persona sobre su, bello e inmaculado, rostro la hizo recuperar la consciencia, y lo primero que vio fue una sonrisa sardónica del doctor Cormac Murphy, el dueño de ese suave pero desagradable tacto sobre su piel.
—Fue una buena jugada mi hermosa princesa. Veo que el estar con ese indio no te ha quitado inteligencia. —dijo con astucia. —Pero lamentablemente no fue suficiente. ¿En serio creíste que movería solo? —inquirió mientras enarcaba una ceja en forma sagaz.
La joven de hermosos orbes esmeraldas le dedicó una horrorizada contemplación al hombre que estaba acariciando su rostro con una devoción que le daba nauseas. En ese instante, se percató de que estaba recostada sobre el asiento trasero de un auto, en las butacas de la parte de adelante del vehículo iba un hombre que no conocía, de cabellera rubia y ojos azules, de contextura fuerte y maciza. A su lado el doctor Murphy estaba dado vuelta mirándola con un fuerte deseo.
— ¿Qué ha pasado? —preguntó confundida mientras se enderezaba en el asiento trasero del coche y se tocaba la frente. Le dolía terriblemente y cuando miró sus dedos vio la sangre seca que brotaba de la herida. Gracias a Dios, o al Creador como decía su amado Clinton, que su bebé estaba sano y salvo.
—Pasó que tú chocaste mi auto creyendo que eso sería suficiente para que alguien te ayude. Pero mi amigo aquí presente nos venía siguiendo, y antes de que la policía local llegara a ayudarnos, él apareció. Te subimos a este vehículo y ahora vamos rumbo al mejor lugar del mundo. —explicó con una burlona sonrisita. —Tus esfuerzos fueron en vano mi querida. ¿De verdad crees que esto no fue planeado? Al contrario, he pasado muchas horas y días de mi vida planeando rescatarte de ese indio salvaje. —las últimas palabras parecieron quemarle la lengua su expresión cambió drásticamente a una de repugnancia.
La joven lo observó temerosa pero con mucha rabia en su interior, ese hombre había perdido su cordura, quiso replicar que su esposo no era un salvaje y que era mucho más hombre que él, además que ella no necesitaba ser rescatada, pero se lo guardó por miedo a la reacción de esos dos hombres.
— ¿A dónde me llevas? —preguntó evitando la fuerte mirada del médico y enderezándose en la butaca. Su primera reacción fue tocar su abultado vientre y acariciarlo en forma protectora. Se había puesto como meta proteger a su bebé de ese psicópata.
Al ver esa acción, el secuestrador sonrió con saña y le dedicó una juguetona y astuta sonrisa a la mujer.
—Te llevaré al lugar al que perteneces. —respondió para darse vuelta y mirar al conductor a su lado. —Acelera John. —ordenó y el hombre a su lado obedeció.
Lorelei bajó la mirada sin apartar sus manos de su abdomen abultado, se mordió la lengua para no insultar a ese tipo, de hecho la había sacado barata y agradecía que al intentar escapar no la hubiera lastimado. No tenía más opción que esperar a que su esposo la encontrara.
El agente especial Jess LaCroix y su cuñado, el agente especial Clinton Skye, llegaron a una elegante y lujosa casa perteneciente a la hija mayor del doctor Murphy, Alana Murphy, una mujer de treinta y cinco años, tez pálida y ojos azules grisáceos y cabellera castaña y rizada. Al abrir la puerta de su residencia, una niña de siete años y de hermosos bucles castaños, salió a mirar de forma curiosa a los dos hombres que estaban en la entrada de su casa.
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Una misión trascendental.
FanfictionClinton Skye, el mejor tirador del FBI, uno de los mejores agentes del buro, se embarcará, junto con sus compañeros, en una de las misiones más difíciles de su vida cuando tendrá que salvar a su esposa y a su hijo nonato de un maniático criminal.