Capítulo 2

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Al otro día, la tarde se veía hermosa y tranquila, con un sol cálido que brindaba su calor a pesar del intenso frío. Clinton estaba sentado sobre un cómodo y bello sillón de cuero negro, en la comodidad de su casa, mientras leía un libro. De vez en cuando, levantaba la vista y veía ir a venir a su esposa, quien se estaba vistiendo y maquillando para ir al cine junto con él y su sobrina Tali.

El sereno agente del FBI sonreía interiormente al escuchar los quejidos de su amada esposa, y es que varias camisas ya no se abotonaban debido a que sus pechos se estaban agrandando debido a que su cuerpo estaba fabricando leche para su hijo. Y ni hablar de sus pantalones vaqueros que no prendían debido al crecimiento de su abdomen.

—Clinton no puedo creerlo, los pantalones se encogieron y las blusas no me prenden. —comentó entre enojada y angustiada mientras le mostraba a su esposo la blusa desprendida.

El hombre, de piel morena y ojos oscuros, la observó con detenimiento y le regaló una dulce sonrisa. Se acercó a ella y la miró profundamente a los ojos. Si era algo que caracterizaba a Clinton era su enorme paciencia y la visión del mundo que tenía.

—Tranquila te verás hermosa con lo que uses. —opinó mientras levantaba su mano y le acariciaba el hermoso rostro a su esposa.

Lorelei hizo un mohín y bajó la mirada apenada.

— ¿Me querrás por más que me ponga gorda? —preguntó insegura de su cuerpo.

El hombre de piel morena sonrió divertido y estrechó con fuerza a la joven entre sus torneados brazos.

—Sabes muy bien que sí. —respondió con serenidad. —Ven te ayudaré a escoger la ropa. —comentó mientras tironeaba suavemente del brazo a Lorelei y la llevaba a su habitación.

Cuando entró abrió el armario y se puso a buscar algo que todavía le quedara a su hermosa esposa. Le dejó varios vestidos sobre la cama matrimonial, y por supuesto unas calzas negras para que usara debajo por el frío.

—No es justo que tú te veas radiante y guapo todo el tiempo y yo no. La Madre Naturaleza debería ser más equitativa con el embarazo, si las mujeres sufrimos cambios los hombres deberían sufrir igual que nosotras. —comentó mientras inspeccionaba la ropa que su amado le había dado.

Clinton soltó una suave risa al escuchar lo dicho por Lorelei y se acercó a ella.

—No te rías, no es gracioso. —opinó la joven, al mismo tiempo se probaba un vestido y usaba calzas negras con botas de igual color.

Se acercó al espejo que tenía su ropero y se miró mientras lucía la ropa que su esposo le había ayudado a escoger.

—No queda tan mal. Tienes buen gusto Clint. —opinó mientras dirigía su mirada a él.

—Para mí te vez hermosa siempre Lorelei. No importa lo que lleves puesto. —comentó Clinton con una sonrisa.

La joven clavó su mirada en los ojos oscuros pero profundos del hombre, lo observó mientras sus ojos brillaban. Sabía que no le mentía, si algo tenia Clinton era que no podía mentir, siempre que decía algo no fuera verdad miraba hacia los costados. Pero esta vez la miraba con seguridad y le mantenía su serena y tranquila mirada.

Por eso le regaló una sonrisa y rodeó el cuello de su esposo con sus brazos. Lo besó en los labios con amor y pasión. Se miraron a los ojos, profundamente y sin necesidad de palabras. Finalmente sonrieron y se encaminaron hacia la puerta de salida. Se colocaron los abrigos y se subieron al auto.

Sin embargo ninguno de los dos percibió que, en las afueras de su hogar, detrás de una maleza, un par de binoculares los observaban.

—Maldita puta... te encontré. —murmuró el hombre que los miraba desde lejos. —Así que ese es salvaje por el cual me cambiaste. —susurró entre dientes y apretó su mandíbula con fuerza. La haría pagar, ella le pertenecía y le importaba un bledo que ese indio sucio y bárbaro estuviera casado con ella.

Una misión trascendental.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora