Capítulo 7

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Lorelei sintió un frío escalofrío en su espina dorsal al ver entrar a Cormac Murphy en la habitación, el hombre llevaba un ramo de rosas rojas en sus manos y tenía una expresión indescifrable para Lorelei. Inconscientemente le dedicó una suplicante contemplación a la joven de ojos azules que estaba junto a ella para que no la dejara sola. Tenía miedo, por ella y por su hijo en su vientre. El médico había jurado borrar todo rastro de Clinton en ella.

—Grace, déjanos a solas. Lorelei y yo tenemos que hablar... en privado. —ordenó el médico y sonrió maquiavélicamente. Ante la mirada atenta de las dos mujeres.

La joven secretaria del doctor Murphy miró con compasión a la hermosa mujer a su lado. No quería dejarla sola, pero su jefe se lo ordenaba y ella sabía que negarse implicaba acciones terribles después por parte de él. Indecisa miró a Lorelei y después a Cormac, se levantó del lugar y caminó a la salida cerrando la puerta detrás de ella. Sin embargo no se fue, se quedó detrás escuchando.

Lorelei frunció el ceño al ver como ese hombre, que había sido el médico de su madre durante tantos años y encima la había traído al mundo, se sentaba a su lado con un semblante de felicidad. Con una ternura, que asombró a la joven de orbes esmeraldas, Murphy le acarició el rostro y le corrió unos mechones de cabello de su cara. La miraba admirado e incluso amoroso, pero eso generaba nauseas en la hermosa mujer.

—Mi hermosa Lorelei. —la llamó amoroso y le entregó el ramo de rosas que la joven aceptó por miedo. —Eres la mujer más hermosa que mis ojos han visto, eres perfecta para la causa por la que hemos luchado durante tantos años. —dijo convencido y con seguridad en sus palabras.

La mujer de ojos esmeraldas observó confundida y desconfiada al médico a su lado:

— ¿Qué causa? —preguntó temerosa la joven.

—La nuestra. La de las personas como nosotros. La de nuestra estirpe. —respondió encendido. —Nosotros somos superiores a todos esos salvajes. La raza blanca debe prevalecer y dominar a las demás, no hay duda. Y tú, mi amada, me darás hijos blancos para recuperar nuestra sobrepoblación ante las demás castas.

Lorelei observó al hombre con horror y al mismo tiempo confundida, ¿Acaso no se daba cuenta que ella ya estaba embarazada de Clinton? Su vientre abultado era bastante evidente. Además, al escucharlo, no pudo olvidar las palabras de su familia al conocer a su amado esposo. ¿Acaso él había envenenado la mente de sus padres y de su hermano Jonathan durante tantos años de amistad?

—Yo no me considero superior por ser de raza blanca doctor Murphy. —respondió seriamente y dejando sobre la cama el ramo de flores rojas. —Además... yo no puedo ser tu esposa ni darte hijos. Yo ya tengo un esposo y estoy embarazada de ese magnífico hombre. Búscate a otra mujer, yo no lo haré. —dijo gravemente la joven. No podía negar que tenía miedo, pero tampoco podía quedarse de brazos cruzados.

Cormac Murphy comenzó a reír a carcajadas ante la respuesta de Lorelei. Incluso se secaba un par de lágrimas que salían de sus ojos por la risa, Lorelei creyó que ya había perdido el juicio y, desconfiada, frunció el ceño.

—Oh... mi querida Lorelei. Ese matrimonio del demonio no tiene validez aquí, y ese hijo que llevas en tu vientre. Espero que te despidas de él, porque pronto te lo quitaré y te volveré pura mi amor. —respondió con una psicópata mirada en su ojos claros.

Lorelei no pudo reprimir las lágrimas que comenzaron a recorrer su hermoso rostro. Tenía miedo, mucho miedo. Instintivamente se llevó sus manos a su vientre en un intento por proteger a su bebé, suyo y de Clinton.

—No te atreverías. —sollozó atemorizada mientras retrocedía unos pasos.

El hombre se puso de pie para arrinconar a la hermosa mujer contra la pared.

Una misión trascendental.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora