Capítulo VIII.- Monstruo.

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No reconocía ese lugar. Desértico, abandonado y oscuro. Miró al cielo y comprobó que unos enormes nubarrones le impedían ver nada. Debía ser de noche, pero no podía ver la luna; sólo rocas.

Rocas y miles de llaves-espada clavadas en el suelo, por todas partes.

-¿Qué lugar es este? -preguntó en voz alta, aún sabiendo que estaba solo.

Lo que no esperaba, era que una voz le respondiera. Esa voz profunda, sarcástica e hiriente.

-¿Nunca has soñado con este lugar antes, Sora?

Vanitas.

-Puede... puede ser. -murmuró, tratando de ocultar el miedo en sus palabras y el temblor de sus piernas. -Entonces... ¿Estoy soñando?

Alguna vez, en sus sueños, había aparecido aquel lugar desértico, pero siempre fue durante su infancia y era incapaz de recordarlos tan bien como antes. Batallas, todas esas llaves-espada volando y atacando a otros jóvenes con armadura. Y él... Vanitas, riéndose.

Riéndose como en ese mismo instante, esa carcajada histérica que siempre le provocaba escalofríos.

-¿Estás asustado?

-¡C-claro que no! -tartamudeó el castaño, volteando para mirarle, pero sorprendiéndose al ver que no estaba ahí.

Había pasado un tiempo desde que era incapaz de escuchar o ver a su amigo imaginario, coincidiendo con el día que despertó en Ciudad de Paso. Pensó que, tal vez y por fin, había dejado de existir en su cabeza. Pero, ahora, volvía a escuchar su voz, aunque era incapaz de verlo.

¿Era porque sólo se trataba de un sueño? ¿Vanitas había desaparecido para siempre?

A Sora no le gustó saber eso.

-Sigo aquí, Sora. Contigo.

Un escalofrío recorrió su espalda cuando escuchó esa voz espeluznante susurrarle, con ese frío aliento tan cerca de su oído. Eso se había sentido demasiado real; no parecía que fuera un sueño.

-¡Estás aquí!

Podía ver su mano, oculta en ese singular traje de tonos negros y rojizos, pasearse por su pecho, hasta detenerse. Frunció levemente el ceño. La mano de Vanitas era muy fría y, cuando se posó en aquel lugar, sintió una extraña punzada de dolor en el pecho.

-¿Me has echado de menos? -preguntó el siniestro joven, aunque su sonrisa mostraba que él parecía muy seguro de la respuesta que el asustado ojiazul iba a ofrecerle.

-Un poco. -admitió Sora. -Me siento solo a veces...

-Te dije que Riku te abandonaría. ¿Lo ves? Sólo le importa él mismo; no vales nada para él.

Aquella punzada que sintió en su pecho se repitió, esta vez de forma más intensa, haciendo que sus labios dejaran escapar un quejido.

-Eso... ¡eso no es verdad! Riku está buscando a Kairi, ya lo conoces, él siempre quiere hacerlo todo solo. ¡No quiere que corra peligro! -lo defendió Sora, que no tardó en escuchar a su amigo reírse de nuevo.

-Sora, te estoy advirtiendo por tu bien. -susurró de nuevo, acercándose más al castaño, que temblaba como una hoja. -Soy yo quién te está protegiendo.

El portador de la llave-espada se revolvió, apartándose de Vanitas. Se llevó la mano al pecho, exactamente en el mismo lugar en el que había estado esa gélida mano antes. Miró al joven enmascarado con el ceño fruncido, aunque su cuerpo aún tiritaba y eso sólo provocó una nueva carcajada del rey de los nescientes.

Kingdom Hearts: Amigo Imaginario [Yaoi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora