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—Aquí, chicos —dijo Mark. El alto coreano estaba en la puerta con dos docenas de rosas en los brazos. Después de recibirlos a los dos con un beso y de coger sus bolsas, entregó una docena a Jackson y otra a Jeongyeon—. Vamos, tengo el coche aparcado fuera y Terminator ha ido a recoger vuestras maletas.

—¿Ha venido Jihyo? —preguntó Jeongyeon. No veía a sus hermanas desde hacía seis meses, porque sus programas no habían coincidido. Mientras que Jeongyeon dominaba el mundo del tenis femenino, sus hermanas, Jihyo y Seunghee, hacían lo mismo en el voleibol sobre arena.

—Sí, Seunghee y ella van a estar hoy aquí. Mañana por la mañana se van a un torneo en Palm Beach, así que esta noche te van a hacer la cena y van a ocupar tus habitaciones de invitados —Mark los guió hacia la salida, sabiendo que las hermanas Kim y él habían superado con creces el tiempo que podían estar aparcados fuera, aunque por otro lado, a Seunghee no la llamaban Víbora sin motivo. Una sola mirada suya había enviado al joven guardia de seguridad de vuelta a su garita durante la hora que llevaban esperando.

—Recuerda, ejercicio primero, reunión familiar después —dijo Jackson, sabiendo que el recordatorio era innecesario, pero lo dijo de todas formas.

—Sí, amo, lo recuerdo.

En el Suburban aparcado fuera estaban dos mujeres que eran prácticamente iguales que la tenista salvo por el pelo. Jihyo y Seunghee llevaban el pelo arriba de los hombros por cuestiones de comodidad al jugar, pero todas ellas tenían la misma constitución fuerte. Todas se llevaban dos años de diferencia y Jeongyeon era la pequeña de la familia, mientras que Seunghee era la mayor. Para todas ellas, el deporte había sido una forma de escapar de unos padres excesivamente conservadores que querían unas damas recatadas como hijas que les permitieran lucir un montón de nietos. En cambio, habían tenido a tres de las lesbianas más famosas del mundo del deporte, lo cual había bastado para que sus padres las repudiasen. Gracias a la cuidadosa gestión de Mark, ninguna de las tres tenía ya problemas económicos, sólo el dolor causado por el rechazo de sus padres.

—¿Estamos viendo a la campeona de Wimbledon? —preguntó Seunghee, saliendo del asiento del conductor. La sorpresa para Jeongyeon les iba a costar dos días de entrenamiento, pero merecía la pena por ver la sonrisa de su hermana pequeña. A las dos mayores les había dado muchísima pena no estar presentes en ninguno de los partidos que había jugado Jeongyeon, pero tenían la esperanza de poder estar en las gradas en septiembre para todo el Abierto. La familia se puso al día de lo que estaba ocurriendo en su vida desde la última vez que se habían visto y encargaron a Jackson que apuntase unas fechas en las que Jeongyeon podía ir a ver jugar a sus hermanas.

Dentro del aeropuerto, Mina llegó a la salida justo a tiempo de ver que Jeongyeon se metía en el coche y éste se alejaba. Como siempre, Eunha llegaba tarde y Mina esperó dentro con el aire acondicionado, porque no quería enfrentarse al calor hasta tener puesto un traje de baño.

Mina acabó esperando cuarenta minutos, apoyada en la pared de cristal de la entrada, hasta que por fin vio a Eunha fuera, saliendo de un coche alquilado. Por su forma de caminar, Mina supo dónde había estado desde que había llegado. Cuando la corredora de bolsa entró y se inclinó para darle un beso, su aliento a whisky sólo fue la confirmación. La rubia se puso al volante mientras Eunha cargaba el equipaje y se preguntó si la abolladura del guardabarros delantero ya estaba allí cuando Eunha recogió el coche. El fuerte portazo en el lado del pasajero hizo que Mina mirase a la mujer con la que había pasado tres años, que cerró los ojos y se quedó dormida en lugar de hablar. Si no hubiera sido tan triste, a Mina le habría hecho gracia que las dos llevasen casi un mes sin verse y no tuvieran nada de que hablar. Mina arrancó con el coche hacia la casa que habían alquilado.

Juego, Set y Partido - [Jeongmi] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora