Por segunda vez puede caminar por las calles de aquel pequeño pueblo, y escuchar sus pasos resonar contra los adoquines mientras observa su alrededor. Hacía horas que había amanecido cuando decidió acompañar a su maestro de vuelta al pueblo, y pese a la claridad del día la brisa marina mantenía la temperatura fresca mientras recorren las calles. Ya había terminado el mercado, por lo que no había tanta gente en la calle; podía moverse de un sitio a otro sin temor a chocarse con nadie. Ahora podía caminar sin temor a perderse; podía observar las casas, acercarse a los pequeños puestos ambulantes que aún quedaban en pie sin miedo a ser recriminada, podía disfrutar de la vida de los humanos durante el tiempo que estuvieran allí.
- ¿Cómo se supone que vamos a encontrar la maldita librería?
Torna toda su atención hacia San; esta vez es él quien se encargaba de su seguridad y la de su maestro, quien suspira con tediosidad ante la pregunta del más joven. Ella los mira con curiosidad, encontrando las ropas que llevaban extrañamente diferentes. Por orden del capitán, si querían buscar aquella librería y descubrir por qué aquel vidente le había entregado aquella extraña carta de tarot, debían de asegurarse de no llamar la atención de nadie, por lo que tuvieron que vestirse como habitantes. La ropa que San y Yeosang vestían no eran muy diferentes, pero los veía extraños. Estaba acostumbrada a la ropa oscura y los chalecos con pistolas y dagas, y no a aquellas blusas claras y zapatos graciosos. Ella también tuvo que cambiarse y ponerse aquella ridícula falda y cosa que le apretaba el pecho, el cual hacía bastante difícil respirar. ¿Acaso las humanas no necesitaban respirar?
- Sabemos que está en esta isla... pero no sabemos mucho más.
Su maestro parece algo exasperado. Se suponía que hoy iba a ser un día tranquilo; encontrar lo que buscaban y volver al barco sin levantar sospechas para poder irse de aquella isla de una vez por todas. Pero al parecer tendrían que esperar hasta mañana para poder hacerlo; pronto atardecería y no podían arriesgarse a ser descubiertos por los hombres vestidos de blanco y rojo. No sabía mucho sobre ellos, tan solo que no podían ser vistos por ellos, y tampoco quería preguntar y parecer una niña pequeña a la que debían de explicarle todo.
- ¿Puedo ayudaros?
Salta hacia atrás asustada, chocándose contra San. El joven de pelo azabache rápidamente se mueve enfrente de ella de manera protectora; de su manga ve asomar el tenue destello de algo plateado, una de sus dagas. Alza su vista y recae en el hombre que se había acercado a ellos; uno de los hombres de los que debían evitar. Agarra la muñeca de San, preocupada de que pudiera hacer algo irracional y meterlos en algún lío.
- Estábamos buscando una librería – Yeosang es rápido en contestar. San y ella intercambian miradas antes de recorrer con sus ojos la calle donde se encontraban; no comprendían cómo no habían oído a aquel hombre acercarse hacia ellos – Necesitamos encontrar unos libros.
El hombre les recorre con la mirada durante varios segundos, reposándola sobre ella durante un par de segundos de más antes de hablar. Observa el arma que cuelga de su hombro, aun agarrada a San; se parece a las armas largas que Wooyoung y Mingi utilizan cuando practican puntería con barriles, las que hacían aquel ruido tan espantoso. Había visto el daño que podía causar a un barril de madera, y esperaba no tener que ver lo que podía hacer a un ser humano.
- Es tarde – dijo el hombre tras volver la vista hacia Yeosang; su voz es seca y cortante. – Volved a casa cuanto antes.
- Lo haremos... una vez encontremos lo que buscamos – esta vez es San quien habla.
- Mire, tan solo somos viajeros en busca de un poco de información – Yeosang se apresuró en interponerse entre el hombre y San – En cuanto encontremos los libros que necesitamos nos iremos sin armar escándalo.
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Hija del Mar: El Espejo de Afrodita [Ateez fanfiction]
ActionEl mar guardaba secretos y tesoros inimaginables; era el protagonista de muchas de las leyendas e historias que marineros y piratas contaban en las tabernas a quienes tenían le valor de escuchar. Eran solo eso, leyendas, pero ella era real y lo que...