DESDE LA GUITARRA A LA CANCIÓN DEL ALMA

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Aquella vez en especial, tenía una leve pisca de felicidad, por que como nunca, las uñas que siempre parecían de niño que juega todos los días fútbol en la calle ahora comenzaban a parecer de señorita, de lo que era, o eso decía su mamá. Tomó el instrumento entre sus manos haciendo que la felicidad aumentara, se disculpó por haberla ignorado tantas semanas detrás del guardarropa y esperó a que el maestro inventado llegara a su casa, maestro inventado por que Manuel era simplemente un compañero de su clase que sabía lo básico de música y después de rogarle que le enseñara a tocar la guitarra por al menos una semana, el joven accedió pensando en que debía sacrificar un poco de su valioso tiempo y que su bondad le impedía cobrarle a la pobrecita un solo peso por simplemente introducirla en la maravillosa experiencia de tocar una guitarra.

Cuando el sol amenazaba con comenzar a ocultarse, el sonido de la puerta le estampó una sonrisa con exageración, después de saludarlo, contarle brevemente lo que quería aprender y que la guitarra que tenía era casi robada y que quería devolverla sólo cuando supiera tocarla, el muchacho le pidió que dibujara una guitarra en un cuaderno—Primero tienes que conocer la guitarra, saber qué son, como se llaman y donde están ubicadas sus partes—Se alegró al ver la disposición del muchacho y decidió poner toda su atención. Al cabo de un par de horas el joven se marchó y ella se quedó con un cuaderno entre sus manos, apuntes que aunque desordenados le hacían sonreír, sonrisa que desapareció al recordar un comentario importante "Debes tener las uñas cortas, si no, no podrás tocar bien" exhaló fingiendo que ese detalle no importaba.

El recuerdo de ese día a veces la atacaba por las noches, aquellas noches de insomnio, noches de esas donde la mente vuela a donde menos queremos que vaya, en medio de su habitación una luz tenue que se filtraba por la ventana le señalaba casi con burla la guitarra ahora colgada en una pared, la presión en el pecho la invadía sin tapujos y se daba la vuelta para no mirar.

No se dio cuenta cuando tres años pasaron, cuando el aprecio por aquel objeto no disminuía pero tampoco aumentaba lo suficiente como para tomarla de nuevo con seriedad, fue entonces cuando la pasión de algunas personas a su alrededor le llegó con fuerza a lo más profundo del corazón, como una llama que con ímpetu le recorría cada hueso hasta estremecerlo, nadie se lo había dicho y dirigió maldiciones a quien las mereciera por no haber escuchado antes "Todos tenemos una canción en el alma" aquella frase fue el detonante de la explosión en su ser y quiso buscar la forma de entonar aquella canción que le gritaba desde lo más recóndito.

Nuevamente con ella en sus manos, ella, la que podría llamarse el amor de su vida, se dispuso a conquistarla, seguramente la conquista más complicada que le habrá tocado en su corta vida; cerró los ojos, suspiró y le entregó la mejor de sus miradas.

Perdóname—Inició con lo primero que se le ocurrió—allá donde las culpas estrujan el ser hay un dilema, más que un dilema, una canción, un poema, un deseo, una razón... una razón para ser. Tuve que darme cuenta tarde de este embrollo para correr a tus cuerdas de nuevo, tus pobres cuerdas, cuerdas oxidadas, cuerdas tristes, cuerdas polvorientas, justo como están ahora las mías. No pienso llenarte de promesas, ni de ilusiones banas, vengo a pedirte perdón nada más, a decirte que lo quiero intentar de nuevo—Se le escapó una sonrisa al verse como ex-novio arrepentido—Ciertamente me doy cuenta que el tiempo me hizo mofas mientras me caminaba al lado, que aquel día que caíste al suelo me dolió más a mí que a ti pero no fui capaz de buscarte. Por favor Permíteme una última vez intentar evocar las notas que mi alma grita.

Agradeció por percibir el perdón y lo intentó como la primera vez, volviendo a sus uñas de niño inquieto y ansioso, volviendo a esbozar una sonrisa brillante, mirando con discreción aquel viejo cuaderno con la guitarra mal hecha y las notas coloreadas para tratar de darle vida al desorden, con un palpito curioso en su corazón que le decía que su canción comenzaba a resonar y ya no se detendría. 

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