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Incluso si sus palabras no me pillaron por sorpresa mi pecho vibró con tal intensidad que creí que ella podría no sólo haberlo sentido, sino también oído el rápido latir de mi corazón.

Ese sentimiento que compartíamos no era posible, era irracional creer que un Ángel de la Muerte pudiera enamorarse y, por primera vez, dejé de mentirme a mí mismo y admití en voz alta lo que llevaba callando durante años.

—Mía, — mi voz no quería salir de mi garganta.— también estoy enamorado de tí — sus ojos brillaron como nunca antes y sentí mi mundo volverse más colorido antes de hundirme en la oscura y triste realidad.— pero debes entender que es imposible estar contigo, yo estoy muerto, llevo milenios muerto, e incluso si ahora puedo acariciar tu piel, tus mejillas — intenté con todas mis fuerzas mantener la mirada en mi niña de ojos grises, que me miraba llena de decepción.— una vez que vuelva a ser un Ángel de la Muerte el simple hecho de tocarte podría acabar con tu vida, y no quiero hacer eso, no cuanto te queda tanto por vivir.

Mía me regaló una sonrisa lllena de tristeza que me destrozó el corazón; pero así eran las cosas, nada se podía hacer para cambiar las cosas.

—Tienes razón, — sus ojos se llenaron una vez más de lágrimas y eso me arrebató la respiración con un sentimiento desastroso.— pero, ¿qué se supone que debo hacer con este sentimiento?

Acaricié sus mejillas con suavidad, disfrutando de la suavidad de su piel pálida, acerqué nuestros rostros, sabiendo a la perfección que lo que estaba haciendo no sería beneficioso para ninguno de los dos, pero era egoísta y necesitaba hacerlo.

Con suavidad y cuidado junté nustros labios en un beso tímido y cariñoso, sentí el dulzor de sus labios, sus manos sujetaron las mías mientras sentía su cuerpo temblar, el corazón me bombeaba a tal velocidad que no me creí capaz de aguantar mucho tiempo así.

Sin embargo la necesidad de sentir sus labios, su cuerpo, su presencia; de sentirla a ella, me llevaron a mover mis labios, despacio pues necesitaba saborear el momento, necesitaba recordarlo todo, su sabor, su textura, para nunca olvidar el momento, pues esa sería la primera y última vez que compartiríamos un beso.

Me separé con los ojos aún cerrados, me avergonzaba que Mía pudiera haberse sentido incómoda incluso si siguió el beso; su frente chocó contra mi pecho y me rodeó con sus finos brazos.

—No es justo.— su susurro me dolió pues tenía toda la razón, apreté la mandíbula por la impotencia de no poder hacer nada.— Pero supongo que es lo que hay, — se alejó de mí y con una sonrisa triste cogió una de las bolsas de la compra que yacían en el suelo.— al menos tendré este recuerdo guardado para siempre.



(---)



Nada más llegar a casa me encerré en mi habitación, la emoción de ese beso aún corría alegre por mis venas, aunque poco a poco la dura realidad y situación fueron opacando esa felicidad.

Debía ser realista; tal y como le había dicho a Mía un rato antes, no podría estar junto a ella incluso si rompiese las reglas más de lo que ya lo había hecho. Y el dolor de la realidad se sentía como tener un cuchillo atravesandome el corazón; matándome lentamente.

Ya sólo quedaba un día antes de dejar de ser humano, de volver a ser un Ángel de la Muerte; volvería a llevarme las almas de aquellas personas a las que su hora había llegado. 

Las cosas volveíran a ser como antes y por mucha impotencia que sintiera al respecto las cosas eran así y punto.

El Ángel De La Muerte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora