Capítulo 1

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Martín

Iba a ascender a oficial de policía, y digo iba, porque hacía una semana me habían comunicado que no sería en esa ocasión. ¡Joder! Yo sabía que era un castigo del comisario Rubén Losa, él me había avisado de que mis actos tendrían consecuencias, y vaya consecuencias. Ya me había quejado con él, creo que estaba siendo injusto por una simple pelea con mi compañero, pero se había mostrado firme en su decisión. Con su sonrisita sarcástica me había invitado a esperar a la próxima, si antes no le destrozaba la cara a alguien, claro.

¿Qué más les daba a ellos lo que sucediera entre Adrián y yo? Nuestra pelea no había tenido nada que ver con el trabajo, sino asuntos personales. Tendría que haber tenido más ojo, y no haber cedido a sus provocaciones en horario laboral. No me arrepentía de haberle dado un puñetazo a mi amigo, me arrepentía de haberlo hecho en la comisaría.

Desde aquel día, si mi humor era malo, ahora estaba peor.

Mi ascensión era lo único que me había mantenido atado a la sensatez últimamente.

El reloj de la sala marca las diez de la noche, como manía también miro mi reloj, que como marca un minuto menos me espero a que también dé las en punto. Después de esto me levanto de la silla, destenso mi cuello y me dirijo a Trinidad para despedirme.

—Ya son las diez, yo me voy ya. ¿Tú a qué hora te vas?

Trinidad mira el reloj de la comisaría.

—Pues yo también me voy ya. ¿Me esperas a que coja mi bolso y salimos?

Asiento y ella se va a su taquilla a recoger sus cosas. La verdad es que, por mí, me tiraría todo el día en la comisaría, aunque fuera sin hacer nada, como hoy. Esta tarde ha estado bastante tranquila y ha sido aburrido, pero eso es mejor a estar en casa.

—Ya estoy lista, ¿vamos? —me pregunta.

Sin decir nada le abro la puerta, y ella sale, después yo. Se ha soltado el pelo, cosa que la hace lucir más femenina. No me gustan las coletas en las mujeres, pero en Trinidad, y en el resto de mujeres del equipo se me hace normal.

—¿Hoy no has traído tampoco tu coche? —dice, buscándolo con la mirada—. Venga, te llevo a casa.

—No hace falta, me gusta ir andando.

—Te gusta ahora... porque antes anda que no vacilabas de coche nuevo. Venga, te llevo —insiste.

Y sigo vacilando de coche, me encanta conducir, pero prefiero volver andando a casa para que se haga tarde, y retrasar el momento de meterme allí.

—Trini, que no. Si quisiera ir en coche, lo hubiera traído —respondo y sonrío. No sé qué efecto tiene sobre las mujeres, que en cuanto lo hago, ceden a lo que digo.

—Vale... hoy te sales con la tuya. Nos vemos mañana, entonces.

—Hasta mañana, descansa. Saluda a Adora de mi parte.

Trinidad es madre soltera, no habla mucho acerca del padre de Adora, pero todos suponemos que la debió abandonar en el embarazo. Trinidad tiene dos años más que yo, treinta y cuatro, y la niña tiene ya diecisiete años, vaya, que ya no es tan niña.

Camino por las calles de Madrid, son las diez y veinte y apenas hay gente en la calle. Estamos en Febrero, y aunque estos días está el cielo despejado, el frío no da tregua.

Me coloco en el borde de la acera, el semáforo está en verde, aunque en segundos pasa a ámbar para después ponerse en rojo. Me dispongo a cruzar por el paso de peatones hasta que un coche pasa a alta velocidad, se salta el semáforo y casi me tengo que tirar al suelo para que no me atropelle.

A tu merced +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora