Capítulo 12

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Georgina

Me levanto sola en la cama de mi habitación del hotel. Extrañamente, ¡no tengo resaca! Es algo raro en mí levantarme un fin de semana sin dolor de cabeza ni boca reseca. Vaya, si hacerle caso al ponemultas va a resultar ser beneficioso y todo.

Las piernas aún me tiemblan por anoche. Martín me llevó a un club de intercambio de pareja, o swinger, creo que se llama. Había oído hablar antes de estos sitios, y aunque me ha creado siempre curiosidad —como a todos, ¿no?—, nunca ha ido más allá.

Lo que ahora me sorprende de mí misma es que no me escandaliza haber ido a un sitio así, de hecho me sentí bastante cómoda. Me resultó incluso morboso que Iván tonteara conmigo delante de su esposa. Lo que no estoy segura es de que, si mi relación con Martín fuera distinta, me divirtiera tanto la situación...

De todas formas, ni pienso en eso. Martín me dejó claro nuestra relación, la cual también me beneficia a mí, supongo.

Me doy una ducha enérgica, me visto y bajo al restaurante a desayunar. No le espero, no sé si eso entra dentro de nuestro acuerdo de no exclusividad-no afecto. Así que me pongo tibia a comer mientras le aleteo las pestañas a Esteban, el trabajador del hotel que conocí ayer.

—¿Qué sitios me recomiendas para visitar en Sevilla? Tengo la mañana libre y quiero hacer un poco de turismo —le digo.

—¡Uff! En una mañana no te va a dar tiempo a . Puedes ir a La Giralda, a La Catedral, La Torre del Oro, a Triana... ¡Hay una jartá de sitios que conocer!

—Me lo apunto, tendré que volver...

—¡Sevilla y un servidor encantados de que vuelvas! Podría ser tu guía —se ofrece.

—Me parece que ahora tengo aún más ganas de volver —contesto guiñándole un ojo.

Martín, que acaba de llegar, carraspea y se sienta frente a mí. Como ayer, intimida con solo una mirada a Esteban, y este se va.

—¿Qué haces? —me pregunta.

—Coquetear.

—¿No te cansas?

—Me sale solo, es algo innato.

Pone los ojos en blanco, y se va al buffet para coger su desayuno. Vuelve y no dejo de mirarlo. Su móvil suena, lo saca del bolsillo y lo mira. Resopla.

—Es Iván, el de ayer —me dice—. Nos concreta la cena en el restaurante Eslava, a las nueve.

—Genial.

—Oye, que si tú no quieres, no vamos... —dice, está poniendo cara como si me estuviera haciendo un favor—. No va a pasar nada, no te fuerces.

Me río.

—¿Por qué parece que el que no quiere ir eres tú? —pregunto. A mí no me importa dejarles plantados e irnos a cenar los dos solos, pero quizá eso rompe su norma de no exclusividad-no afecto—. Si no quieres ir, no vamos... no va a pasar nada, no te fuerces.

—¿Yo? ¡Pues claro que quiero ir! Yo estoy acostumbrado a esto.

—¡Pues yo también quiero ir!

Nos enfurruñamos los dos, y en silencio desayunamos. Yo termino antes que él, así que hago el ademán de irme:

—¿Dónde vas? —me pregunta.

—De turismo, mi amigo Esteban me ha dicho algunos sitios donde ir.

Se queda callado por unos segundos. Yo ya estoy de pie.

A tu merced +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora