Martín
No me entiendo. No comprendo porqué ayer me sentí tan raro, y me comporté así. Es verdad que Olga no es mi tipo. Pero es una mujer guapa, y seguro que podríamos haber hecho algo. Pero es que además ese sitio... esa lencería... soy un hombre bastante tiquismiquis con esos temas.
Nos fuimos a dormir picados. Y he de admitir que entiendo la confusión de Georgina, pero soy muy orgulloso para confesarle que yo tampoco sé lo que me pasa. Ayer le hablé mal, y quiero disculparme. Así que cuando me ducho y me visto, me dirijo a su habitación que está frente a la mía.
Hoy volvemos a Madrid, el vuelo sale a la una de la tarde.
La puerta está abierta. No hay nadie, solo un carrito con el desayuno. Anda que avisa. Cuando me voy a ir, escucho la ducha. Está bañándose. Así que me aproximo hasta la puerta del aseo, y toco.
Ella está cantando y ni me escucha.
—¡Uhhh! ¡Malamente! ¡Así, sí! ¡Trá, trá! Miraaaa... ¡malamente!
Entro sin su permiso. La habitación está llena de vapor, y la mampara está empañada. Aun así puedo ver su esbelta figura. Está muy buena. Le paro el reproductor de música, y ella, mosqueada, se asoma.
—¡Ahhhh! —grita, e intenta taparse con las manos—. ¡Qué haces aquí!
—La puerta estaba abierta. Agradece que haya sido yo quien ha entrado.
Me mira con cara de mala leche. Agarra una toalla y se tapa.
—¿Puedes salir, por favor? —pide.
—¿Por qué? Quiero quedarme. Tú continúa con lo tuyo —contesto, le doy al play en su música pero ella, no muy conforme, la vuelve a pausar.
—Me gusta ducharme sin público.
—Pero estabas dando un concierto entretenido. Aunque cantar no es lo tuyo.
—¡Fuera! —exclama.
Se encabrona tanto, que cuando intenta salir del plato de ducha se escurre, y la cojo.
—Ten cuidado —musito—. Podrías romper tu nariz y nunca volvería a ser la misma.
—Gilipollas. —Me suelta y se yergue.
Es tan guapa. Con la cara lavada, el cabello mojado, tiene una belleza natural exquisita. Creo que es la mujer más guapa que he visto en mi vida.
—Perdón por cómo me comporté ayer.
—¿Eh? —pregunta—. Espera, creo que se me ha debido meter jabón en el oído. ¿Qué has dicho?
Pongo los ojos en blanco.
—Que perdón. La situación fue incómoda y me saturé. Soy muy exquisito con esos temas, no fue como yo quería que fuera y la pagué contigo. ¿Me disculpas?
Se queda pensativa, y ejecuta un mohín infantil. No puedo no sonreír.
—Vaaale —responde—. Pero porque tenemos que hacer un viaje juntos, y sin hablar es aburrido.
Nos quedamos callados por unos segundos. Nos miramos fijamente a los ojos, y siento corrientes eléctricas por todo el cuerpo.
—Eres preciosa —musito.
Georgina no se espera aquel halago, y sonríe genuinamente.
—Voy a terminar de ducharme. He pedido el desayuno, ¿me esperas en la cama y comemos juntos?
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A tu merced +18
RomanceMartín, un policía de Madrid a punto de ascender, disfrutaba de su vida sexual de una forma poco convencional... hasta que aquello ocurrió. Desde entonces, no es el mismo. Hace ocho meses todo cambió. Ver a sus amigos teniendo sexo no le excita, h...