Georgina
Yo estoy flipando. Por un momento pienso que llevo una semana siendo grabada, y me están haciendo una cámara oculta. A ver... sé que hay mucha gente que pagaría por verme las veinticuatro horas seguramente, pero vamos, no creo que un tío me ponga multas sea entretenido para alguien.
Supongo que solo es mala suerte.
Y digo mala suerte porque cada vez que este tío se me cruza, es para costarme dinero, no porque no sea guapo... porque lo es.
Eso sí, al parecer al ponemultas le gusta lo bueno. Me ha pedido que le ayude a encontrar algún libro, literalmente, lo más guarro posible. No me he escandalizado, no soy una mojigata, pero coño, me ha sorprendido que sea así de directo.
Me levanto de la silla, y salgo del mostrador. Me pone un poco nerviosa, y él está divirtiéndose porque no deja esa sonrisa vacilona a un lado.
—Deme un segundo que llame a mi hermana. No tengo ni idea de dónde pueden estar —respondo. Saco el teléfono del bolsillo, y cuando voy a desbloquearlo, el ponemultas pone su mano sobre la mía. Es cuestión de microsegundos, pero consigue que me ponga aún más nerviosa.
—No tengo prisa, podemos buscarlo nosotros —contesta.
Acepto, total, a mí me da igual, yo sí que no tengo prisa, mientras pueda salir a las ocho... así que me encojo de hombros, y miramos entre las estanterías en busca de lo que quiere. Él va detrás de mí, y no sé por qué camino de la forma más sensual que sé. Meneo mi cadera, no sé si me está mirando, solo escucho sus pasos.
Soy coqueta por naturaleza, me gusta gustar. Era algo que Víctor odiaba de mí, pero mis intenciones no iban mucho más allá de sentirme deseada. Creo que es algo que nos gusta a todos, solo que yo lo acepto y no lo escondo.
Y en el caso del ponemultas no es distinto. Quiero que me mire, me gustaría saber lo que está pensando ahora mismo.
Ubico un libro erótico, así que supongo que deben estar por ahí todos. Espero que mi hermana los tenga ordenados.
—Están aquí —digo.
—Vale... mmm —se cruza de brazos, y se marcan todos los músculos. ¡Está petado, el ponemultas!—. Mire, quiero ese. El de Juliette.
Lo busco con la mirada, pero no lo encuentro. Su compañía me tiene un poco espesita.
—¿Dónde está? —le pregunto.
—En el último estante. Creo que va a necesitar unas escalerillas.
Ya sí que lo encuentro, qué mala baba querer coger un libro de la última estantería, con la de libros que hay a nuestra altura. Creo que lo ha hecho a posta.
—Venga, voy a buscar la escalerilla.
No está muy lejos, así que la transporto. Me cuesta un poco, pero me niego a pedir ayuda. A la vista está que soy capaz de menearla yo sola, porque lo consigo. La abro donde está él y me subo. Se balancea un poco, así que el ponemultas dice:
—Te la agarro.
No digo nada, sigo subiendo, pero lo hago lo más sexy que puedo. Contoneo mi culo, miro abajo disimuladamente y estoy segura de que se le cae la baba. Me gusta cuidarme, me hago mis propias dietas y hago mucho ejercicio, así que, entre otras cosas, tengo un culazo.
Agarro el libro, tiene bastante polvo. Ya podría mi hermana echarle un trapito de vez en cuando, que para quitárselo necesito una pala. Le suena el teléfono, se lo saca del bolsillo y lo mira. Yo sigo bajando, con la mala suerte de que tropiezo y voy directa al suelo.
ESTÁS LEYENDO
A tu merced +18
RomanceMartín, un policía de Madrid a punto de ascender, disfrutaba de su vida sexual de una forma poco convencional... hasta que aquello ocurrió. Desde entonces, no es el mismo. Hace ocho meses todo cambió. Ver a sus amigos teniendo sexo no le excita, h...