022| Abuso sexual

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Un día nos hicieron un examen en la preparatoria, un examen de personalidad y aptitudes. Fue un tiempo antes de matar a mi madre. Recuerdo haber visto esa mierda frente a mi escritorio; muchas hojas, mucho texto (meme). Si no mal recuerdo, lo contesté al azar.

Fue una época de primeras veces para mí. A algunos de nosotros nos enviaron a terapia con una mujer huesuda y esquelética, con cuencas enormes y ojos saltones. Parecía una puta momia y siempre olía a pañal sucio. Elisa, se llamaba. Elisa... usaba el cabello relamido y recogido, su piel reseca y gris me daba tanto asco.

Ella fue un factor importante en mi vida, porque de no haber sido por ella, yo no me habría dado cuenta de tantas cosas. Y a pesar de ser más delgada que un alfiler y tan frágil como una vara, siempre era directa conmigo.

- Tus resultados lograron alarmar a la preparatoria que asistes – fue lo primero que me dijo al verme llegar.

- Si, siempre salgo alto en los exámenes, no los culpo.

- En realidad, en este saliste bajo – sonrió.

- Oh, impresionante.

¿Un examen en donde logré reprobar?

- Cuéntame de ti, por favor.

- No. Es usted una extraña, ¿Por qué habría de hacer tal cosa? – le sonreí. Si bien no me lo dijo mi mamá, sabía muy bien que hablar con extraños no era exactamente muy inteligente.

Ella asintió.

- Tienes toda la razón, discúlpame – asentí aceptando sus falsas disculpas – Me llamo Elisa y soy terapeuta, estudié psicología y tengo un doctorado en pedagogía, tengo dos hijos pequeños y... mi color favorito es el azul. Sigues tú.

Oh, miren esa sonrisa. Que linda sonrisa tenía. A pesar de que me hacía sentir asqueado y también querer correr hacia la ventana para tomar aire fresco, su sonrisa era desagradablemente linda. ¿Cómo pudo ella tener dos hijos? ¿Quién habría querido cogerse a esa rama de árbol? He, he, he... si, seguramente existía gente fetichista.

- Esto me da vergüenza. Vamos, que decir cosas personales me hace apenarme – parpadeo y la veo anotar cosas en su libreta de cinco centavos. Muy bonita, tiene la fotografía de un delfín en el centro.

- No tienes por qué. Aunque, si lo prefieres, puedes quedarte callado.

- Me gusta el silencio – asentí – y los caramelos de menta.

Señalé esos deliciosos caramelos que tenía en su escritorio. Ella se acercó a ellos y los arrastró hacia mí para que tomara los que quisiera. Pero qué amable palillo de dientes, he, he, he, palillo de dientes, he, he. Tomé un bonche y los guardé todos en mi mochila, bueno, excepto uno, ese me lo metí a la boca.

- ¿Tiene más preguntas para mi? Me gustaría escucharlas – me acomodé en el sillón afelpado frente a ella.

- Ah, por supuesto, a ver... - fingió buscarlas en su mente, pero era terrible fingiendo, claramente ya tenía las preguntas en mente – Bueno, que te parece... ¿Cómo te llevas con tus compañeros?

Hubo una pausa.

Demasiado larga para mi gusto.

- Dije que quería escucharlas, no que las contestaría – le dije una vez

- Tienes razón – asintió – bueno, creo que no se me ocurre otra pregunta por el momento.

Fui obligado a ir a terapia, aunque bueno, me equivoco, me gustaba. Era divertido ir con Elisa para contarle sobre mi vida, aunque claramente no soy idiota. Salí bajo en empatía en ese examen, asimismo, mi capacidad para saber acerca de las emociones ajenas encendió un foco de atención sobre mí. Supongo que mi ego no me dejó contestar esas preguntas con vaguedad.

Violentómetro :) {Frerard?} DONEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora