Cielo Oscuro

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Luces. Vibraciones. Un extraño olor.

No pudo mantener los ojos cerrados por más tiempo, ya llevaba unos minutos consciente y tratando de describir a ciegas donde estaba; la vista borrosa lo recibió haciendo que le ardieran los ojos y se removiera.

Estaba dentro de un líquido azulado. Amarrado por el torso a un superficie plana.

Se preocupó de inmediato, no era un tritón ni una criatura acuática, bien podría estarse ahogando sin darse cuenta; no era así. Una especie de burbuja de aire rodeaba su boca y nariz permitiéndole respirar sin problemas, pero seguía ciego y sordo a todo más allá de la vista acuosa y azul. Con los ojos cerrados por el ardor, trató de invocar una de sus técnicas sin éxito, eso lo desesperó.

De pronto se sintió moverse, alguien seguramente lo estaba sacando del agua, porque pronto empezó a sentir la brisa golpeando su rostro y la visión, aunque confusa, ya era más clara; se sintió confundido al ver un par de ojos celestes que lo miraban con anhelo.

- A-rión, ¿Me escuchas?

A-rión de Evans, primer hijo de la Torre Relámpago... yo...

Asintió. Trató de pronunciar tan siquiera una palabra, de su boca sólo salían sonidos raros, enfocó la vista en la persona que tenía enfrente: un adulto de entre veinte y treinta años con cabellos largos y rosados. Él suspiró aparentemente aliviado.

- De acuerdo. Necesito que me dejes revisarte, voy a asegurarme de que todo sanó.

Se alejó un poco, su mente tratando de encontrar algo que le indicará quién era ese hombre; estaba confundido. Al parecer él se dió cuenta.

- Soy yo, A-rión, Gabriel, nos conocimos en las montañas rocosas.

Gabriel, hijo de una Valquiria. El vigilante de la bandera en la montaña de la niebla.

Otro asentimiento mientras su cuerpo se relajaba le dió permiso al oji-azul para levantarlo en brazos y llevarlo hasta lo que le pareció un taller, notó también que antes estaba en una laguna de agua opaca, dentro de una caja de cristal transparente.

La revisión duró poco y no hubo más palabras que las preguntas ocasionales de Gabriel, los recuerdos iban y venían en su cabeza de forma inentendible, tampoco podía confiar en su boca para comunicarse debido a la inutilidad de esta, además de que le estaba dando sueño. Cuando Gabriel se alejó para buscar algo en los estantes de madera pudo mirar al rededor y tratar de enfocarse, el lugar le resultaba vagamente familiar, pero no podía apostar a nada ni confiarse sólo por saber quién era; para su mala suerte no tenía formas buenas para librarse o pelear en caso de que le hiciera daño.

Su magia estaba inutilizada, no era precisamente el más diestro en combate cuerpo a cuerpo, apesar de su habilidad con la espada no tenía nada a la mano que le sustituyera; eso con el hecho de que no sabía dónde estaba o si había más gente ahí.

- Bien, debes tomar esto y descansar.

El oji-azul le pasó una copa con un líquido azulado dentro, tenía el mismo olor raro y desagradable que sintió cuando estaba despertandolo.

Empujó la copa lejos- No...

- Es necesario. -los ojos cielo lo miraron con cansancio, quizás con desesperación- Por favor. Talvez ahora no lo parezca, pero esto es por tu propio bien.

Asintió. Era Gabriel, su amigo y mejor consejero, su compañero de armas y el más fiel de los guerreros que había conocido. Eso lo recordaba, además, se sentía cómodo con el ahí, como si su cuerpo lo reconociera... aunque se veía diferente a sus recuerdos.

StigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora