Capítulo 37.

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Tras haber pasado una semana, Inuyasha seguía intentando escaparse de la constante vigilancia de su primo. Y como era de esperarse, la seguridad en los terrenos se había optimizado. Ya no podía dar un paso sin que una comitiva de guardias lo siguieran, claramente el pasar desapercibido había sido descartado. Amaba que su primo se preocupara, pero Inuyasha inevitablemente se hallaba irritado. No estaba acostumbrado a ello, como heredero al menos debió haber tenido un escolta pero al ser tratado de bastardo, jamás tuvo uno y tampoco lo necesitó estando encerrado entre cuatro paredes. Realmente odiaba ser vigilado tan constantemente, más no se atrevía a decir nada.

Al segundo día después de haberse reencontrado con su señor, Inuyasha trató de escaparse solo para volver a verlo. Estando seguro de que jamás lo interceptarían si usaba la puerta que los mensajeros y repartidores de víveres usaban, se había escabullido por ahí. La hazaña terminó con él siendo arrastrado por tres guardias que terminaron por escoltarlo a su habitación por dictamen de su primo. Solo refunfuñó por un rato y volvió a intentarlo de varias formas, todas terminaron con el mismo resultado. Falló tan patéticamente que se daba pena. Y quiso aprovechar que su primo se encontraba muy a menudo con un anciano que si bien recordaba la insignia en su traje, se trataba de un Notario Público. Seguramente algo relacionado a documentos importantes que no le concernían a él, por eso no indagó en nada. Y esas visitas hacían que su primo lo dejara de molestar por un rato, pero igual le dejaba un escuadrón de guardias para evitar que escapara. 

Y como había pasado desde que había tratado inútilmente de escaparse, Inuyasha estaba siendo guiado al despacho de su primo aprovechando que no tenía pendientes importantes. La expresión cansada de su primo al verlo entrar siendo arrastrado le hizo ver que ambos estaban cansados de esa situación, también de que ninguno planeaba ceder.

―¿Por qué tu repentino deseo de salir, Inuyasha?. ―Habló cansinamente y colocando sus dedos en el punte de su nariz. Dio una señal para que los dejaran a solas.

―¿Por qué su repentino interés en proteger hasta mi sombra?. ―Repitió con un ligero toque de ironía que no sabía que tenía. Eso sorprendió a su primo. ―Cuando llegué no era así, ¿qué pasó para que todo cambiara?.

―Eres mi primo, mi última familia y como tal, mi deber es protegerte. 

―¡Se supone que no somos nada a ojos de terceros! ¡Ya están empezando a murmurar!.

―Mientras tú estés a salvo, los rumores no me interesan. ―Suspiró. ―Hazlo por tu seguridad. Y la mía. ―Terminó para sus adentros.

―Lo sé, lo sé. Aprecio que se preocupe, pero me siento abrumado aquí adentro. ―Peinó su cabello hacia atrás con clara frustración. ―Toda mi vida la he pasado en soledad, no tenía a nadie pisándome los talones. Que ahora no dejen de mirarme y de tratarme como un delicado cristal, me enferma.

Antes de que Miroku Fujimori pudiera responder a la desesperación de Inuyasha, unos suaves toques en la puerta lo interrumpieron. Se trataba de una doncella con el mismo anciano que Inuyasha había visto antes, el hombre se veía demasiado feliz que inquietaba.

―¡Lo logré, logré lo que me encomendó!. ―Habló tras entrar.

Inuyasha vio que su primo trataba de callar al recién llegado, como si tratara de que nada de lo que se sabía fuera de su conocimiento. Una idea un tanto fácil le vino a la mente. 

―Yo sé algo de Política y también sé sobre bienes, podría ayudar. ―Mostró su mejor sonrisa, pero la expresión perturbada de su primo se le hizo un tanto extraña. Eso podría ser beneficioso, si era un tema tan delicado, lo echarían del lugar y eso era lo que esperaba.

El Sirviente del General.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora