Capítulo cinco

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—Hey, tienes que pagar por eso —el cajero me miraba con una expresión de fastidio.

—Lo siento —me acerqué rapidísimo a la caja y le dejé un billete —quédese el cambio.

Salí corriendo en la dirección a la Alec había ido.

Llevaba una sudadera negra y unos jeans del mismo color, por lo que me fue difícil reconocerlo, ya que se perdía entre la oscuridad de la noche.
Lo seguí al aparcamiento de la tienda dándome paso entre los carros, él se escabullía entre cada uno de ellos y yo le seguía el paso agachada sigilosamente entre la oscuridad, hasta que pasó detrás de uno y lo perdí de vista.

—Mierda —maldije para mí misma y me di la vuelta todavía agachada entre los autos, pero un torso alto me impidió el paso, obligándome a pararme frente a él.

—¿Me estás siguiendo?

—A-Alec, no, yo... estaba, estoy... —balbuceé — ¿Qué haces por aquí?

—Estaba por la zona —respondió, con voz gélida.

—Oh, eso es grandioso. Mira, ya es muy tarde, será mejor que me vaya. Fue un gusto verte —intenté escapar de la escena, intentando lucir lo menos sospechosa posible.

—No sabía que eras una acosadora, Lena —Su sonrisa demostraba burla y nada más que eso, esta vez no lucía molesto.

—¿Acosadora? —solté una risa nerviosa — ¿De qué hablas?

—No me quitas la mirada de encima cada que estamos cerca, te la pasas hablando de mí con tus amigas y ya se te está haciendo costumbre eso de seguirme, ¿no?. Es impresionante lo que puede llegar a hacer una mujer bajo los efectos de mi encanto.

—¡Já! —Reí por su ocurrencia — No hago todo eso por tu encanto —hice un gesto con la mano restándole importancia a sus palabras.

—¿Así que admites que te parezco encantador?—se pavoneó.

—No estoy admitiendo nada.

—Cuidado, Lena. O pensaré que te gusto.

—¿Gustarme? No, no me gustas para nada —me di la vuelta pero su voz me detuvo.

—Estás loca por mí.

—Loca por ti... no, no sería el término correcto, pero sí me vuelves loca.

—¿Necesitas un aventón? —se ofreció, ocultando una ligera risa por mi comentario.

—No necesito que me lleves.

—Vamos, es peligroso que estés sola en la calle a estas horas.

—Vaya, todo un caballero — notó mi sarcasmo y una sonrisa se asomó en su rostro —. Gracias, mi casa no está lejos.

—Vamos —me dio la espalda y comenzó a caminar.

No sé por qué, pero lo seguí. Pues sí, la verdad es que era difícil resistirse a su encanto —aunque jamás lo admitiría en voz alta— además la curiosidad que me causaba era enorme.

Se detuvo frente al deportivo negro en el que lo había visto en la escuela, me abrió la puerta y la cerró después de que yo subí. Lo seguí con la mirada mientras rodeaba el auto para subirse al asiento del conductor.

Joder, que guapo es.

Le indiqué mi dirección y condujo en silencio, interrumpiéndolo solo para cerciorarse que iba por el camino correcto.
Detuvo el auto en la acera frente a mi casa.

—Muchas gracias. Te veo luego —bajé del auto y cerré la puerta detrás mío, cuando escuché el motor apagarse y la puerta cerrarse regresé la mirada para encontrarme con la imagen de él bajándose del auto y caminando al porche de mi casa—. ¿Se puede saber qué haces?

AdrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora