Confiesa tus pecados

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Su cabello se pegaba en su cara producto de lágrimas y sudor. Sus ojos estaban rojos, irritados. Sus manos atadas hacia atrás en el respaldo. Al igual que sus piernas, apenas podía moverlas. Su cabeza estaba inclinada hacia el costado, producto del exhausto interrogatorio.

La penumbra inundaba la habitación excepto por una luz que alumbraba a la mujer atada, en esa silla de roble, vieja.

Sus lamentos y ruegos clamaban por un poco de piedad y la respuesta fue un golpe. Una mano enguantada. Guantes de color negro recorriendo su mejilla y alejándose no sin antes dar tres golpes pesados, cuyo contacto con la piel recorrió un eco acústico.

Una voz distorsionada dijo su nombre. Katrina se llamaba la pobre.

—Fuiste una pésima esposa. Una pésima madre, una pésima amante y una pésima amiga. ¿Qué tienes para decir al respecto? —.La muchacha movió la cabeza, el reflejo de la luz la enceguecía.

—Yo no hice nada malo. Déjenme ir –gritó. Gritó fuerte, pero nadie la escuchaba.

La voz distorsionada dijo:

—¡silencio! Katrina, se le acusa de engaño, adulterio, ilusión premeditada y abandono. ¿Cómo se declara?

Nuevamente, Katrina se contorsionó, emitiendo un largo gemido espeluznante. Entre sollozos, pedía que la dejen ir.

Pero el hombre, si es que era hombre, le golpeó el brazo con un rebenque y la joven estalló de dolor. Recibió golpes cada vez que alegaba ser inocente de los cargos o cuando pedía clemencia. No había piedad. Eran contundentes.

A lo largo del interrogatorio sino respondía lo que ellos querían era castigada con distintos métodos: varillas ardientes se clavaban en su piel. Bisturí rasgaba su carne como si fuera papel y clavaron un cuchillo en su muslo derecho. La joven profirió un grito desgarrador. Lloraba y tenía la garganta tan seca que se quebraba la voz.

—¿Por qué? ¿Por qué me hacen esto?

Katrina perdió la noción del tiempo. Esa habitación, además de estar cerrada, era grande y no entraba ni una pizca de luz solar.

Su voluntad cada vez se quebraba más. Llegó un punto donde la voz distorsionada, por más insistente que sea, se convirtió en un sonido lejano. Su mente se entregaba a la locura. Giraba la cabeza haciendo círculos. Se detuvo mirando un punto fijo y dibujó una leve sonrisa acompañada de una carcajada. Luego pareció conectar con la realidad, y lloró nuevamente.

—Amaba a mi marido. Amo a mis hijos. Ya no me hagan nada –De nuevo, un latigazo en la espalda. Las quemaduras eran puntos rojos en su piel, brazos y piernas estaban manchadas con sangre coagulaba. El maquillaje corrido y el delineador le daban un aspecto terrible a la pobre mujer. Su cabello enredado y despeinado era evidente la desprolijidad y el maltrato sufrido.

Fue herida, quemada, cortada, acuchillada y humillada. Ellos querían la verdad

—¿Katrina, estuvo con otros hombres, estando casada? ¡Responda! –.dijo con autoridad, la voz.

Sin levantar la cabeza, agotada, dijo un sí muy débil y repitió. Le quebraron dos dedos como castigo a la resistencia.

-¿Katrina, ofreció amor a su esposo, al mismo tiempo que lo hacía con sus amantes?

-Sí.

-¿Katrina, engañó a su amigo para humillarlo deliberadamente con fines extorsivos?

Nuevamente, un sí débil.

Tras confesar su crimen, un cuchillo voló hacia su abdomen. La mano enguantada lo retiró y apuñaló la misma zona unas cinco veces. Luego, la hoja afilada y reluciente se posó en su cuello y fue degollada.



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