El dilema de Salas

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La luz de la calle se colaba entre las persianas del despacho. El reloj marcaba las diez menos diez. El doctor Salas estaba perdido en sus pensamientos sentado en la penumbra, causada por la tenue luz del velador.

Un pobre hombre afligido, nadie conocía sus problemas, más que él. Cómo cualquier otra persona, las deudas y los problemas económicos convertían su existencia en algo más que infelicidad.

Sus pensamientos eran más duros que lo que eran en realidad sus problemas. Le apenaba pensar cómo un hombre con una reputación respetable, que cursó la carrera de médico y se comprometió a ayudar a la gente, se enfrentaba a problemas que nadie en su carrera le enseño a enfrentar o evitar.

Un padre de familia, debía pensar en el bienestar de sus hijos y el de su esposa, ni siquiera los acreedores eran una prioridad. Cuando miraba atrás no podía localizar el momento en que su prometedor futro se torció.

Por un momento se imaginó el futuro más ruin para él y sus hijos. Un futuro sin trabajo, con pocos ingresos, sin educación, ni salud y eso le atemorizó.

A las diez en punto sonó el teléfono. El doctor Salas era el único para atender. Detrás del tubo estaba la voz de un hombre. Era un representante de un gran laboratorio que llamaba para conocer la respuesta del doctor a una propuesta hecha por la compañía.

—Buenas noches doctor, puntualmente, como acordamos, queremos saber su respuesta.

—Mire señor... Olmos, la propuesta es interesante, pero esta medicina que están probando es experimental no está abalada por la Asociación de Farmacología.

El señor Olmos recurrió a los variados argumentos de trayectoria y éxito de los laboratorios que representa y el doctor Salas era testigo de ello.

—Muchas veces, para tener el aval de dicha institución necesitamos probarlo y le entregué los informes de los pacientes que se sometieron al tratamiento experimental.

—Pero en el informe menciona los efectos secundarios, son bastante jodidos.

—También le entregué un anexo del informe con estudios preliminares de las causas de los efectos secundarios, su tratamiento. Incluso, logramos eliminar varios síntomas molestos.

El doctor Salas se veía en un debate moral consigo mismo, quería apoyarse en las pablaras de un desconocido y en la esperanza de que, muchos medicamentos, son aprobados. Pero también otros, eran retirados del mercado.

El señor Olmos siguió hablando con el doctor hasta descubrir su punto débil; ese argumento que, destruyéndolo, le haría aceptar la propuesta.

—Mire doctor, la compañía sigue proponiendo la misma suma de dinero. Medio millón y esta es su última oportunidad. Hoy en día es un lujo rechazar esta cantidad y entre nos... si no lo acepta usted, ya encontraremos a quien lo haga.

El señor Olmos mencionó un futuro tan horrible cono el doctor salas se imaginó unos minutos atrás.

—Está bien, señor Olmos, pase mañana a primera hora por mi despacho y firmaré.

—Muy bien, doctor, me agrada que haya reconsiderado. Mañana lo veré.

El doctor firmó un acuerdo con la compañía que le pagó una suma de dinero importante, traicionando la confianza de sus pacientes que acudían en su ayuda profesional y ética.

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