Gritos en la granja

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El hacha colgaba de su mano, la oscuridad no permitía relucir el filo ya que la única luz existente era las de los faros a lo largo del camino.

No se veía el rostro del hombre solo se apreciaba la vestimenta del pantalón y la campera que se deslizaba con suavidad al sr acariciada por la ventisca, calzaba unos borceguíes y era un hombre alto. Su paso era firme y cada vez se alejaba del cobertizo y se acercaba a su casa.

El hombre era el dueño de la granja y tenía el derecho de hacer lo que le plazca, cuando le plazca, pero la curiosidad podía ganarle a cualquier incauto que estuviese espiando.

El hombre entró en su casa, dejando que el tejido cierre solo, salió al cabo de un par de minutos bebiendo cerveza, dejando que se derrame por la comisura de los labios. Dejó caer la botella y aseguro el hacha que sostenía en su otra mano, se dirigió al cobertizo y tras el, cerró la puerta. Cualquier incauto que buscase acercarse, se arrepentiría al escuchar los gritos desgarradores que provenían de la granja McGregor.


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