Capítulo 4

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¿Casualidad o destino?


Si me preguntasen cómo definiría "día de mierda", lo haría con cuatro simples palabras: primer día de clases. 

Lunes doce de Setiembre, el primer día de mi larga tortura en bachillerato.

Fingí una sonrisa delante del espejo que no alivió mis ganas de gritarle al universo. Caminé del baño a mi habitación como si de un alma perdida se tratase, no me molesté ni en maquillarme, ni arreglarme, total vería a los mismos de siempre en las mismas cuatro paredes.

A pesar de ser comienzos de septiembre, en Oak Falls ya comenzaba a refrescar. Cogí unos vaqueros negros, el primer top que tuve a mano y una chaquetilla de punto para el frío y así con las pintas fui a desayunar. No me molesté en hacer tortitas, ni algún desayuno así creativo típico de Instagram. Preparé una taza larga de café y me comí un par de galletas para soportar toda la mañana. Me rocié de mi perfume dulce de coco y salí del apartamento con las mismas energías: ninguna.

Bajé las escaleras del edificio, saludé como cada mañana al señor Phillips, el del bajo, que como habitualmente, se encontraba regando su pequeño jardín y me dirigí a la parada de bus más cercana, que estaba a diez minutos de donde vivía.

Subirme al bus y mirar por la ventana el trayecto fue como estar en un mal sueño, pero no dejaba de ser mi día a día. Llegué al instituto e instantáneamente hice una mueca de asco a todo el mundo que pasaba por delante de mí. Los más pequeños corrían de un lado a otro con sonrisas de emoción y yo me apiadaba de ellos.

—Yo también creía que esto iba a ser como high school musical —dije en voz alta recordando aquellos primeros días de mi adolescencia.

Caminé hasta llegar a mi taquilla, encontrándome con una Padme impecable. Llevaba su cabello suelto y brillaba como si tuviera vida propia. Había maquillado de un look natural su rostro y llevaba un conjunto de falda y camisa muy elegante. Le eché una mirada de asco y ella se percató enseguida.

—¿Enserio tienes fuerzas para arreglarte? Dame tu secreto —espeté dejando los libros en la taquilla.

—No me cuesta nada —contestó alisando su camisa rosada.

Revoleé los ojos y bostecé llevándome la mano a la boca.

—Es curioso, ahora entiendo porque no ligas —dijo mostrándome su lengua.

Golpeé su hombro con pereza y ella soltó una pequeña risita. Nos despedimos y me dirigí al aula de Biología. Como cada año me senté en mi sitio de siempre; el pupitre del medio de la esquina izquierda. Saqué mis cosas y me quedé embobada mirando el libro fijamente hasta que me sentí observada. Busqué varias veces a la persona que me estaba mirando—o eso creía yo— hasta que mis ojos viajaron hacia la entrada, me quedé helada cuando divisé su figura justo ahí.

No puede ser.

Cuando nuestras miradas chocaron él dibujó una pequeña sonrisa en sus labios y caminó por el pasillo con lentitud hasta sentarse en el pupitre de detrás de mí. Fijé mi mirada en el suelo sin terminar de creérmelo y tuve que voltearme y revisar si era realmente él para asegurarme de que no me estaba volviendo loca.

Abrí mi boca ligeramente perpleja porque si era él. Intenté gesticular palabra y mi reacción le hizo reír con disimulo.

¡Qué diablos estaba haciendo aquí!

Me volteé de nuevo y entré en pánico. Esto no podía estar pasándome a mí. ¡No! Estuve unos pocos minutos debatiendo en mi interior qué hacer, si tirarme por la ventana o enfrentarme a él.

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