Narra Hugo
Volver a Córdoba y pasar unos días con mi familia y que encima Eva me acompañase, me dió el chute de energía que me faltaba.
Nada más llegar a Cádiz avisé a Javy y a Jesús y me dijeron de quedar al día siguiente pues estaban un poco liados en sus respectivos estudios, por lo que Eva y yo decidimos pasar el día en la playa juntos.
La llevé a una calita apartada donde no había mucha gente para así poder disfrutar tranquilos los dos.
Yo, sinceramente, no he sido mucho de playa nunca, la arena pegada a los pies, la brisa salada y la calor, no es que me hicieran mucha gracia; pero Eva adoraba el agua en todos sus estados y dónde fuese y aquella tarde no me importó lo más mínimo estar pegajoso de la sal o hasta arriba de arena, porque verla disfrutar se había convertido en uno de mis pasatiempos favoritos.
- ¿Nos podemos quedar a ver la puesta de sol? - me preguntó mientras volvía de darse un chapuzón.
La miré sonriendo y asentí.
- Luego cenamos en el hotel y salimos, te voy a llevar a la heladería que me llevaba mi abuelo desde chico cada vez que pasábamos el día en la playa.
Ahora fue ella quién me sonrió y se tumbó en su toalla a mi lado.
Me paré a fijarme en su cuerpo un momento. No era capaz de entender cómo teniendo tan maravillosa figura tenía tantos complejos, y quería con todas mis ganas que fuese capaz de verse a través de mis ojos, porque yo la admiraba cual diosa griega, porque no se merecía menos.
Ambos tomamos el sol en un silencio cómodo hasta que este decidió ponerse y nos obligó a levantarnos.
Nos habíamos quedado solos casi en la playa, una pareja de ancianos sentado en sus hamacas a la orilla del mar y unos cuantos chavales jugando a las cartas, algo alejados de nosotros.
La puesta de sol desde la playa era realmente preciosa, y si le sumamos encima que tenía a Eva sentada a mi izquiera, no se hace nadie una idea.
El sol se puso y en cuestión de minutos el cielo se tornó oscuro y la luna junto a las primeras estrellas de la noche se dejaban ver.
- Una carrera - me dijo de repente Eva.
La miré con el ceño fruncido sin entender bien que le pasaba o que quería, pero en cuanto se levantó de la toalla y comenzó a correr dirección al mar me llevé las manos a la cabeza negando y riendo a la vez. Lo surrealista de la situación no fue que Eva estaba corriendo a bañarse al mar de noche, si no que yo, Hugo Cobo, había decido seguirle el juego y me había levantando corriendo tras de ella.
- ¡Voy ganando! - gritó divertida.
Yo no podía parar de reír.
Así era mi vida con Eva, divertida, muy entretenida y repleta de improvisación.
Cuando llegó a la orilla y notó el agua fría se detuvo. Justo la alcancé yo.
- Ah no, bonita - reí - Yo no he corrido hasta aquí para nada.
Y sin dejarla hablar, la cogí como una princesa y me metí con ella al agua.
- ¡Hugo para! - gritaba riendo y dando patadas intentando deshacerse de mi agarre - ¡Enserio, qué está muy fría!
- Se lo hubiera pensado la señorita mejor antes de retarme a una carrera - respondí riendo antes de soltarla y dejarla caer cuando ya estábamos suficientemente profundos.
Me fijé en la pareja de ancianos que recogían sus cosas dispuestos a marcharse y nos miraban divertidos.
Eva salió del agua con todos los pelos en la cara y con expresión enfadada, aunque ambos sabíamos que realmente y muy a su pesar, se lo estaba pasando de maravilla.
- Te mato, te juro que...
No la dejé terminar y agarrándola suavemente por la cintura, la atraje a mi cuerpo y uní nuestros labios sonriendo.
Fue un beso lento y muy bonito, tan lleno de amor que me hizo reflexionar sobre lo nuestro, pues realmente merecía la pena apostar por nosotros ya que nunca había sentido un escalofrío y una sensación tan maravillosa comparable a lo que sentía cuando nuestros labios bailaban juntos.
- Eres tonto - susurró sonriendo mientras se separaba delicadamente y entrelazaban sus manos alrededor de mi cuello.
- Y tú una quejica - respondí riendo volviendo a juntar nuestros labios.
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¡Hola!Aquí tenéis el siguiente capítulo del maratón.
¡Qué lo disfrutéis!
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Eva y Hugo
RomanceA veces, uno no es dueño de sus actos. Una persona no elige de quién enamorarse, solo pasa.