Capítulo 9

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Cualquier tonto puede saber, la clave está en entender —Albert Einstein.

FRANCESCA

Mi habitación es un desastre, pero me alegra que sea una excusa para redecorar. Mamá se ofreció para acompañarme a comprar pintura y muebles, pero le dije que Sebastián me iba a acompañar, lo cual es una mentira piadosa. Pienso pedirle que me acompañe, pero aún no lo hago.

Lo he estado buscando, pero no lo encuentro. Después de preguntarle a la mitad de los guardaespaldas, lo veo dentro de una todo terreno en el estacionamiento. Está durmiendo en el asiento del piloto. Abro la puerta de atrás sigilosamente, pongo mis dedos como si fuesen el cañón de un arma y los apego a su nuca. Él abre los ojos, toma mi mano abruptamente y me tira hacia adelante. Con la otra mano me apunta con su arma.

—¡Mierda!, Francesca me asustaste, pensé que eras... ¡Dios, pude matarte! —muerdo mi labio inferior para contener la risa—. ¿Te parece gracioso?

Asiento. Me mira molesto, pero la sonrisa que se desliza por sus labios lo delata.

—Eres una inmadura —niega con la cabeza.

—¿Acompañarías a esta inmadura de compras?

—¿A comprar ropa, zapatos y esas cosas? —arruga la nariz.

—A comprar pintura y muebles. Tengo que deshacerme de mi habitación de Hello kity.

—¿Hello kity? —pregunta confuso.

—Ya sabes, un vomito rosado, chillón y nada agradable, es la definición de ese dibujo animado, en fin.  ¿vamos?

Me mira apenado — Francesca, no puedo. Trabajo para tu abuelo y...

Le interrumpo —En la mañana le pregunté si podía salir con uno de los guardaespaldas y me dijo que ocupara todo el personal que quisiese así que...

—Bueno. Si son ordenes de tu abuelo, no puedo negarme.

—Nop, aparte eres mi único amigo, así que iremos a tomar desayuno a un lugar grasiento, luego compraremos pintura, encargaremos muebles y volveremos a pintar mi habitación.

—Estoy seguro que eso no entra en mi contrato —sonríe.

—No, pero si en nuestra amistad.

—No me está conviniendo ser tu amigo —bromea.

—Yo invito el desayuno.

—Ahora si me conviene.

—Interesado —le muestro la lengua.

—Aprovechadora —repite mi gesto infantilmente.

—Sebastián, Donatto me pidió que te trajera el itinerario de hoy —dice un hombre que no había visto.

Va igual de trajeado que todos, asumo que es un guardaespaldas. Es joven, pero no como Sebastián, debe tener unos treinta años.

—Hoy acompaño a la señorita Prada. Órdenes del señor Prada —responde Sebastián.

—Llama a dos chicos para que le asignemos tus tareas, luego quedas libre para la señorita Prada... si le parece bien a la señorita —añade el tipo dirigiéndose a mí.

Ante los ojos de Roma | [Roma #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora