Capítulo 10

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Ningún hombre puede pensar claramente cuando sus puños están cerrados —George Jean Nathan.

FRANCESCA

Sebastián se fue hace unas horas de mi habitación. Estuvimos toda la tarde pintando, pero se hizo de noche y dijo que a Abramio no le iba a agradar que estuviésemos solos de noche. Le dije que no había problema, mamá estaba en la cocina, pero aún así prefirió que continuáramos mañana.

Termino de ducharme y ponerme mi pijama. La verdad no tengo sueño, así que opto por ver una película. Busco mi teléfono como una loca desquiciada hasta que recuerdo que lo dejé en la camioneta de Sebastián, ¿ir a buscarlo o esperar hasta mañana?, he ahí el dilema. Bueno, siempre es bueno ver a Sebastián.

Me subo al ascensor rogando no encontrarme con nadie. Al llegar al primer piso me dirijo al estacionamiento. Noto que todo está en silencio, pero unos ruidos en el jardín trasero llaman mi atención. La ausencia de guardaespaldas es sospechosa por lo cual me acerco sigilosamente. La escena ante mis ojos me deja impactada.

Bruno está tras Sebastián sujetándole los trazos, pero lo impactante es como Alec no para de golpearlo. Sebastián tiene la cara llena de sangre, al igual que su camisa. Todos los guardaespaldas están mirando, incluso Donatto, pero nadie hace algo. Donatto tiene una expresión de ira y dolor en el rostro, uno de los chicos que vi esta mañana tiene una mano apoyada en su hombro dándole consuelo. Me acerco a ellos por la espalda.

—¿Qué demonios pasa acá? —les susurro. Ambos se dan vuelta alarmados.

—Señorita Francesca, será mejor que se vaya —responde Donatto.

—¿Irme? —pregunto asombrada. Bufo ante sus palabras—. Tú, dame tu arma —le digo al guardaespaldas a su lado.

—No empeore las cosas, señorita Francesca.

—Voy a ir con arma o sin ella, tú decides —el mismo Donatto desfunda su arma y me la entrega.

Avanzo con paso decidido. Alec está de espaldas a mí. Todos los guardaespaldas me miran disimuladamente. Cargo el arma y pongo el cañón en la nuca de Alec.

—Dale un golpe más y me darás una linda razón para disparar —digo con voz firme.

—Esto no es asunto tuyo niña, vete a la cama.

—¿Sabes cuánto odian los niños que los manden a la cama, Alec? —suelto sarcásticamente.

—Me estás desautorizando frente a todos, Carla. Piensa bien lo que haces, no te olvides que soy el ahijado de Abramio.

—Tú me estás desautorizando —le rebato.

—Tú no tienes ninguna autoridad —señala molesto.

—Soy la nieta de Abramio.

—Bruno también lo es —responde con simpleza.

—Pero él es un idiota y no olvides el detalle de que mi padre es el primogénito.

—No hables de mierdas que no conoces, Carla. Te lo repito, esto no es asunto tuyo.

—Sebastián es asunto mío. Bruno, suéltalo —demando con autoridad.

—No puedo primita, Alec manda esta noche —sonríe burlonamente—. Y todas las que vienen —murmura.

—Alec, dile que lo suelte.

—Yo tampoco recibo tus órdenes Carla, no respondo ante tus caprichos como todos.

—Bruno, suéltalo ahora —repito.

Ante los ojos de Roma | [Roma #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora